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Archive for mayo 2018

Francisco J. Briz Hidalgo, autor español, escribió un cuento titulado Los tres perezosos, donde un padre muy enfermo mandó llamar al notario para redactar su testamento. El anciano confesó al funcionario que solo tenía un burro y quería dejárselo al más perezoso de sus hijos. Al poco tiempo, murió. Entonces, el notario reunió a los herederos para leer el testamento. 

¿Pero cómo saber cuál era el más holgazán de sus tres hijos?
Así que explicó a los chicos la última voluntad de su padre y les pidió pruebas de su pereza, amenazándolos con meterlos a la cárcel si no se apresuraban a hablar. 

El primero comentó que un día se le había metido una brasa ardiendo dentro del zapato, pero aunque se estaba quemando le dio pereza moverse; lo bueno fue que unos amigos se dieron cuenta y la apagaron. 

El segundo relató que un día había caído al mar, pero aunque sabía nadar le dio pereza mover los brazos y las piernas, así que empezó a ahogarse; pero se salvó gracias a que unos pescadores lo vieron y lo rescataron. 

Entonces, llegó el turno del tercer hijo, quien mirando al escribano, le dijo con firmeza: "Señor notario, a mí lléveme a la cárcel y quédese con el burro porque yo no tengo ninguna gana de hablar". El notario le respondió: "El burro es para ti, ya que sin duda eres el más perezoso de los tres".

"Hay un remedio para la indolencia; consiste en desechar la pereza como un pecado que conduce a la perdición, y dedicarse al trabajo usando con resolución y vigor la capacidad física que Dios nos ha dado. La única cura para una vida inútil y eficiente es el esfuerzo resuelto y perseverante. No se nos ha dado la vida para que la dediquemos a la ociosidad y la complacencia propia; grandes posibilidades hay colocadas delante de nosotros. En su capital de fuerza, se ha confiado un precioso talento a los hombres para que trabajen. Es de más valor que cualquier depósito bancario y debe ser apreciado altamente; porque mediante las posibilidades que ofrece para habilitar a los hombres a vivir una vida feliz y útil, se le puede hacer rendir interés, e intereses compuestos" [La educación cristiana, p. 317).

Pide hoy al Señor que te ayude a ser una persona trabajadora y servicial.

 "Perezoso, ¿cuánto más seguirás durmiendo? ¿Cuándo vas a despertar de tu sueño? Un poco de dormir, un poco de soñar, un poco de cruzarse de brazos para descansar, y así vendrán tu necesidad y tu pobreza: como un vago, como un mercenario"
(Proverbios 6:9-11)

Tomado de: ¡RENUÉVATE!, de Alejandro Medina Villarreal.
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Julián Slim llegó a México con tan solo catorce años procedente de Líbano a principios del siglo XX y sin saber hablar español. Su enorme valor y espíritu de lucha lo ayudaron a salir adelante en medio de una sociedad completamente ajena a la realidad que él había vivido. Así, junto con sus hermanos logró prosperar económicamente en plena Revolución mexicana. Para el año de 1921, La estrella de oriente, el negocio de la familia, ya tenía mercancía superior a los cien mil dólares y Julián había adquirido once propiedades en el centro de la Ciudad de México.


En 1926, Julián se casó con Linda Heló. De ese matrimonio nacería Carlos, un niño muy inquieto desde pequeño. Según cuenta el propio Carlos, cuando todavía era muy pequeño, su padre se le acercó, le puso un billete de gran valor en la mano y le dijo:
-Hijo, ¿ves este billete? Vale mucho. Pero lo importante no es lo que vale, sino lo que tú harás con él.
El niño miraba fijamente a su padre, quien siguió diciéndole:
-¡Claro! Tú puedes hacerlo.
-¿Qué harás con el dinero, hijo? Puedes gastarlo en golosinas, puedes guardarlo en un cajón o puedes duplicarlo.
-¿De verdad? -le preguntó el niño con los ojos chispeantes de la emoción.



Carlos tomó el dinero y fue a comprar unas cuantas bolsas de golosinas. Después las vendió entre sus amigos y, al poco tiempo, ¡había duplicado la cantidad que su padre le había dado! Entonces, se dio cuenta de lo que podía hacer con el dinero. A partir de ese día, empezó a adquirir su propio capital, ¡siendo apenas un niño!



Conocí a Carlos Slim Helú durante unas conferencias celebradas en la Ciudad de México cuando él era uno de los hombres más ricos del mundo. Al brillante empresario le gustaba hablar especialmente a los jóvenes estudiantes para fomentar en ellos la perseverancia, el espíritu emprendedor y una saludable actitud hacia el dinero. A pesar de ser inmensamente rico, era una persona que revelaba una enorme sencillez. No puedo olvidar sus palabras al animarnos a enfrentarnos a la vida: "No tengáis miedo de las crisis económicas, muchachos. En todo momento hay oportunidades para prosperar, incluso en estos escenarios".



¿Te parece que vives en un lugar con grandes desventajas económicas? ¿Consideras que estás condenado a la pobreza a causa de tus orígenes sociales? Deja a un lado esas actitudes, invita al Señor a ser parte de tu vida laboral y asume una actitud diligente.
¡Seguramente pronto verás grandes resultados!



"El indolente no cocina ni su presa; ¡el gran tesoro del hombre es la diligencia!"
(Proverbios 12:27).

Tomado de: ¡RENUÉVATE!, de Alejandro Medina Villarreal.
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La calumnia es un mal universal. William Shakespeare le dedicó uno de sus mejores libros, Otelo, a las consecuencias de la calumnia en el alma humana. No pasa de moda, porque es efectiva. Semejante al aceite, siempre deja una mancha.

Se adjudica al filósofo francés Voltaire una frase tristemente célebre en las relaciones humanas: “Calumniad, calumniad, que algo quedará”. Tal es el poder de la calumnia que podrán cerrarse las heridas, pero no las cicatrices.

Es conocido el relato de un hombre que calumnió a un amigo por envidia, y luego visitó a un sabio para pedirle consejo de qué hacer para redimir su culpa. El sabio le dijo: “Toma un saco lleno de plumas pequeñas y espárcelas dondequiera que vayas”. El hombre, muy contento por lo fácil de la tarea, tomó el saco lleno de plumas y al cabo de un día había terminado la tarea. Entonces, volvió al sabio para decirle: “Ya he cumplido con mi deber”. Pero recibió esta respuesta: “Esa era la parte fácil de tu labor. Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que desparramaste por las calles. Ve y búscalas”.

Tal es el poder de este pecado que la tradición judía considera al calumniador alguien que niega la existencia de Dios. Negamos a Dios con nuestros labios.

Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? [...] El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino. Salmo 15:1, 3.

La palabra de esta oración que quema nuestros labios como sopa caliente es calumnia, traducida del verbo hebreo ragal, cuyo eco escuchamos cuando el apóstol Santiago habla de los efectos mortíferos de la lengua (Sant. 3:2-11). El calumniador no habitará con Dios.

El texto termina diciendo que el que pretende ser amigo de Dios no “hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino” (Sal. 15:3). Es decir, no calumnia ni admite calumnia.

Perseverar en el cumplimiento del deber y guardar silencio es la mejor respuesta a la calumnia. ¡Bendita oración, que nos refugia en la hora de la injusticia! La oración templa el espíritu para soportar la tormenta y dejar que pase el tiempo, que, como juez justo, siempre da su veredicto.

Oración: Señor, que no salga palabra ociosa de mi boca.

Tomado de: LAS ORACIONES MÁS PODEROSAS DE LA BIBLIA
Ricardo Bentancur.

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