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–¡No puede ser! Tú eres la persona más correcta que conozco.
–Puedes creer eso, pero no lo soy. Nadie es bueno.
–¿Cómo que nadie es bueno?
–Es lo que la Biblia dice. Mira.
Jair tomó la Biblia que estaba en la mesita de luz y le leyó: “Pues to­dos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Después, mirándolo a los ojos, le dijo a su amigo:
–Todos. ¿Entiendes? Todos, sin excepción. Tú, yo, todos somos pecadores.
–¿No estás exagerando un poco? ¡Existe mucha gente buena en este mundo!
–Desde el punto de vista humano, tal vez. Pero la Biblia dice que: “Así está escrito: ‘No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!’ ” (Romanos 3:10-12).
–¿Ni uno solo?
–¡Ni uno! Y no sirve de nada lo que el ser humano haga para librar­se del pecado. La mancha de la rebeldía y del mal está siempre en él. “Aunque te laves con lejía, y te frotes con mucho jabón, ante mí seguirá presente la mancha de tu iniquidad –afirma el Señor omnipotente” (Jeremías 2:22).
–Entonces, estamos perdidos…
–¡Lo estamos! Eso significa que estamos destituidos de la gloria de Dios. Y, lejos de él, andamos en el territorio de la muerte. Por eso, el apóstol Pablo dice: “Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 6:23).
–No entiendo, Jair. Si somos todos pecadores y el salario del pecado es la muerte, ¿cómo estamos vivos?
–Depende de lo que entiendas por vida. Desde el punto de vista biológico, la vida es un período en el cual el corazón late y los pulmo­nes funcionan; tú respiras. Pero nosotros somos más que apenas un cuerpo; somos seres humanos con emociones, sueños y proyectos; y, para disfrutar de la verdadera vida, necesitamos más que simplemente andar, comer o dormir.
–Es verdad. Yo también creo que es así –dijo Pedro, reflexivo.
Ambos permanecieron en silencio. Pedro miró la Biblia abierta. Jair sabía que el amigo estaba asimilando la conversación, y continuó:
–Pero, no todo está perdido. Mira lo que está escrito aquí: “–Yo soy el camino, la verdad y la vida –le contestó Jesús–. Nadie llega al Padre sino por mí” (S. Juan 14:6).
–¿Jesús es la vida?
–¡Exactamente! Solamente Jesús puede darle sentido a la existencia. Por eso, él dijo: “El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (S. Juan 10:10).
–Vida abundante ¡es vida con sentido!
–Eso mismo. El mismo apóstol San Juan dice: “Y el testimonio es este: que Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1 S. Juan 5:11, 12).
Pedro continuó pensando y Jair prosiguió:
–Lejos de Jesús, la vida se transforma en una simple superviven­cia. Levantarse de mañana, trabajar y dormir no es vida, es apenas sobrevivir.
Las palabras de Jair sacudieron el corazón de Pedro, que preguntó:
–Y ¿cómo se puede obtener ese tipo de vida?
–Te voy a leer lo que Jesús dice: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (S. Juan 3:16).
–Ya escuché eso.
–Mucha gente escucha, Pedro. Pero poca gente piensa en el verda­dero significado de esta declaración. Hay algunas ideas clave en este versículo.
–¿Cuáles?


–La primera es que Dios te ama. No por lo que tú haces o dejas de hacer. El amor de Dios no es por merecimiento. Dios te ama porque él es amor (1 S. Juan 4:8). Esa es su naturaleza. No importa quién eres tú, ni lo que tú haces. Sin importar si tú crees o no, tú eres el ser más precioso para Dios en este mundo.
  Pedro no podía dominar su emoción. Los ojos le brillaban exageradamente. Si Jair hubiera sabido lo que él había hecho, con plena segu­ridad jamás le diría lo que le estaba diciendo.
–¿Quiere decir que no necesito preocuparme por mi conducta?
–Sí, lo necesitas.
–Pero tú acabas de decir…
–El amor de Dios es incondicional y para todos, pero solo tiene valor para los que lo aceptan. Por eso, el versículo que te acabo de leer dice… ¿recuerdas?: “para que todo el que cree no se pierda”.
–¿Cómo hago para creer?
–Primero, acepta el hecho dramático de que tú estás en el territorio de la muerte, lejos de Dios, perdido, y que no tienes forma de salir de esa situación. Jeremías, uno de los profetas de la Biblia, pregunta: ¿Puede el etíope cambiar de piel, o el leopardo quitarse sus manchas? ¡Pues tampoco ustedes pueden hacer el bien, acostumbrados como están a hacer el mal!” (Jeremías 13:23).
–Ese soy yo.
–Esos somos todos nosotros, Pedro. Mira: “Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo? Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino los pensamientos, para darle a cada uno según sus acciones y según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:9, 10).
–Dios sabe todo –reflexionó Pedro.
–Exactamente. Al ser humano pecaminoso le gusta fingir, aparentar y “mostrar” que es buenito. Pero en el fondo sabe que su corazón es falso. Eso está en la naturaleza desde que Adán y Eva pecaron. A partir de aquel trágico día, todos nacemos con la naturaleza pecaminosa y somos incapaces de hacer el bien. Eso es lo que dice David: “Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre” (Salmo 51:5). El apóstol Pablo completa la misma idea cuando dice: “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron” (Romanos 5:12).
–¿Estamos todos condenados?
–Sí y no.
–No entiendo.
–Estaríamos todos condenados, por naturaleza. Sin embargo, si después de aceptar el hecho de que tú eres incapaz de remediar tu situación vas a Jesús de la manera en que estás, escucharás su voz diciendo: “Vengan, pongamos las cosas en claro –dice el Señor–. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Isaías 1:18).
–¿Ir a Jesús llevando mis pecados?
–Es la única manera de ir a él. Mucha gente espera cambiar de vida para ir a Jesús. Espera corregir su comportamiento y dejar de hacer tal o cual cosa. Ellos jamás irán a Jesús. Solos, jamás lograrán cambiar su propia naturaleza.
–Es sorprendente.
–Es Jesús quien transforma al ser humano. Mira esta promesa: “Los rociaré con agua pura, y quedarán purificados. Los limpiaré de todas sus impurezas e idolatrías. Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes” (Ezequiel 36:25-27).
–¿Así de simple?
–Y tú no pagas nada por eso. “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte” (Efesios 2:8, 9).
( Esta historia continuará.... )

                           Tomada de:  La Única Esperanza de Alejandro Bullon.

JOHN CARLOS SOTIL LUJAN 

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