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La madrugada del jueves 21 de octubre de 2010 despertó a Montevideo con una noticia triste: El Cilindro Municipal, estadio deportivo con sesenta años de historia, campeonatos, festivales artísticos de todo tipo y grandes e importantes eventos nacionales e internacionales, se había incendiado.


Con forma cilíndrica, como su nombre indica, se erigía en la esquina de dos conocidos bulevares. Este gigante arquitectónico era un emblema para la sociedad uruguaya. Es difícil imaginar la historia de Montevideo sin él. Sin embargo, ahí está, destruido. Las fotos periodísticas que dieron la vuelta a América son más que elocuentes. No queda casi nada del viejo edificio cilíndrico.

Cuando pensamos en las grandes obras arquitectónicas hechas por los hombres alrededor del mundo y reflexionamos en sus fantásticas historias, se nos hace difícil aceptar que muchas de ellas ya no están o que pueden, de un momento a otro, desaparecer. En cambio, la obra de Dios es maravillosa y eterna. Todo lo creado, especialmente su naturaleza, habla de su pródiga mano creadora. Grabado a fuego en cada criatura está el sello de su obra y de su incomparable amor.

David cantó: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1). Todo lo creado nos muestra su infinito poder creador y la eternidad de la obra que vino a la vida por su palabra. Dios existe y es desde antes de todo lo que imaginamos, de todo lo que creemos y de todo lo que pensamos. Él es “desde el siglo y hasta el siglo”, es decir, eterno.

Querido amigo, al terminar este año, seguramente has sentido muchas veces la tristeza de haber perdido a alguien amado, o la angustia de haber visto tus planes sucumbir bajo el peso del calendario. Cuando sientas nostalgia, angustia o inquietud por lo que ya no está o por lo que pudo ser, recuerda que Dios siempre estuvo, siempre está y siempre estará. No muda. Desde siempre y hasta siempre él es tu Dios.

Gladys Saucedo de Villca, Uruguay.

“Señor, tú nos has sido refugio De generación en generación. Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”. Salmos 90:1,2.

Un año mas de historias alegres y tristes se va, pero de todas ellas podemos sacar lecciones valiosas para nuestra vida por lo que debemos estar muy agaradecidos y recordar siempre que Nuestro Dios de amor un día nos dará muchos años sin fin por la eternidad , donde ya no habrá muerte, llanto , ni dolor. Que esa esperanza este siempre en nuestro corazón y nos motive a compartirla con los que viven sin fe ni amor.

JOHN CARLOS SOTIL LUJAN
DIRECTOR DEL WEB BLOG REFLEXIONES PARA VIVIR


Esa mañana Luciana salió para su trabajo más temprano que de costumbre, cargando su bolso. La atmósfera era primaveral y su corazón rebosaba de gratitud a Dios.
Había dado unos pocos pasos cuando, antes de que pudiera notarlo, oyó que detrás de ella se acercaba un grupo de jóvenes. Por las cosas que gritaban se dio cuenta de que sus intenciones no eran, para nada, pacíficas. Su angustiosa sorpresa se transformó en terror cuando vio aparecer, por la misma vereda y en dirección contraria a la suya, a un hombre joven, con la cara cubierta, que llevaba una navaja en la mano derecha.
En ese momento Luciana apenas atinó a mirarlo brevemente tratando de no perder su serenidad e imploró la protección de Dios. Cuando el hombre de la navaja llegó frente a ella, le dijo con voz amenazadora: “Dame todo lo que tengas de valor”.
Como si hubiese estado preparada, Luciana metió la mano en su bolso y sacó su Biblia. Ante el asombro de todos, la puso en las manos del hombre y siguió rápidamente su camino sin que nadie la atacara. Ella se alejó agradeciendo a Dios por su protección. Y no supo nada más acerca del hombre que recibió su Biblia.

Pasó el tiempo y ya el mal momento se iba desdibujando de la memoria de Luciana. Un día, en un congreso de jóvenes, un hombre joven pasó al frente para dar su testimonio de cómo había conocido a Jesús. Relató que había llevado una vida delictiva y peligrosa participando en robos y asaltos, hasta que asaltó a una señorita, exigiéndole que le entregara todo lo que tenía de valor, esta lo dejó perplejo porque sacó una Biblia de su bolso y se la entregó sin gritar ni decirle una sola palabra. Fue tal la sorpresa que no supo reaccionar enseguida. Se quedó con la Biblia en la mano y por curiosidad se puso a leerla. El Espíritu Santo tocó su corazón y tiempo después se entregó a Jesús.
Dios puede usar su Palabra de muchas maneras, siempre que nosotros le permitamos que nos use como sus instrumentos. Esto está garantizado por el que vigila cada uno de nuestros pasos.

Celia Rojas de Samojluk, Argentina.

La soledad es mala compañía, más vale solo que mal acompañado” son adagios nacidos de la experiencia, pero ¿Cuál de los dos están más cerca de la verdad? No sé cuál es la verdad. Ni siquiera sé si al respecto existe una verdad, ni quién la tiene. Lo que sí sé es que la soledad no tiene por qué ser un enemigo, ni causa de miedo ni de vergüenza.
Nuestra cultura señala y mortifica a las personas solas, al punto que ras, viudas, divorciadas prefieren vínculos poco o nada satisfactorios antes de pertenecer a la categoría de “solas”, pero que esto suceda no quiere decir que la soledad sea temible, alienante ni indeseable.
La soledad es un estado del alma, una proyección de la vida interior. Difícilmente un interior “lleno” de buenas realizaciones y propósitos proyecte soledad, vado o ausencia. Al contrario, la soledad nos enfrenta con nosotras mismas. Es beneficiosa y necesaria cuando la usamos para auto conocernos y saber quiénes y cómo somos en realidad.
La vida de hoy nos ametralla con tantas actividades y exigencias que la soledad se hace imprescindible. Es en soledad que podemos identificar y evaluar nuestros pensamientos, sentimientos, motivaciones, porqués, dudas. Es en soledad que ponemos nuestra vida interior en orden. Es en soledad que nos fortalecemos espiritualmente y estrechamos nuestra comunión con Dios. Es en soledad que nos enriquecemos para enriquecer a otros.
¿Será que rehuirnos la soledad por miedo a encontrarnos con nosotras mismas? ¿¿O quizá para no descubrir cómo somos realmente? ¿O porque tememos el qué dirán? Hoy los solos buscan toda forma posible de agruparse o llenar su soledad con ruido, televisión, Internet, celular, viajes. Hasta las iglesias crean asociaciones o actividades para solos. ¿Será que la soledad se resuelve de esa manera? Creo que no. La soledad no se resuelve en compañía de otras soledades. Se supera con proyectos, sentido, altruismo, una fuerza interior plena, amor a la vida y la presencia constante de Dios. Entonces, ¿por qué temerle? Desplacemos el yo y dejará de aterrorizarnos.
Mónica Casarramona, (Argentina)

Recuerda, mucha razón tiene la palabra de nuestro buen Dios, cuando dice  "Se alegrarán el desierto y la soledad […] porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad ". (Isaías 35:1,6). 

Un amigo es un tesoro valioso. Jesús tuvo en Lázaro esa persona especial ,en la que pudo confiar, con quien podía estar tranquilo y descansar. Lázaro no era un discípulo, no lo seguía por todos lados; pero era un amigo y le daba al Maestro la tranquilidad de saber que había una casa en la que podía reposar.
Ese amigo se enferma y Jesús, el gran Médico, no lo sana. Bastaba con decir una palabra, y Lázaro se habría recuperado. Por el contrario, Cristo espera a que muera para emprender el viaje. Hay cosas que en un primer momento no conseguimos entender. Hay demoras que incomodan. Hay situaciones que extrañan. Lo que no podemos olvidar es que Dios está en el control y que, pase lo que pase, es nuestro Amigo.
El grupo de discípulos llega a Betania cuatro días después de la muerte de Lázaro. Todas las dudas que la resurrección de la hija de Jairo había dejado en las mentes incrédulas de los dirigentes religiosos y todas las preguntas que habían surgido cuando se enteraron de la resurrección del hijo de la viuda de Naín, ahora quedan definitivamente saldadas: Cristo tiene poder sobre la muerte.
Al parecer, había creencias populares que decían que había un periodo de tres días durante los cuales el alma del muerto intentaba volver al cuerpo, para reintegrarse con él. Después del tercer día, el alma veía cómo se había desfigurado el cuerpo, y entonces ya no regresaba más. Ese mismo periodo era usado por los familiares para visitar la tumba diariamente, con la esperanza de que el diagnóstico mortal hubiera sido un error médico, y que el “muerto” en realidad solo haya estado “enfermo”.
Cristo llega a Betania cuando todas las esperanzas terrenales habían desaparecido. La ciudad estaba a pocos kilómetros de Jerusalén, por lo que, seguramente, muchos habitantes de la ciudad capital todavía estaban acompañando a las hermanas en su luto. Jesús –la esperanza de vida eterna– consuela a Marta y a María, llega frente a la tumba, llora por el dolor del pecado, pide que corran la piedra y dice: “¡Lázaro, sal fuera!”
Es tanto su poder que si no hubiera dicho el nombre de su amigo, todos los muertos habrían resucitado en la misma hora.
Ese mismo poder está a tu alcance para resucitar tu vida espiritual, para resucitar tu fe y para sacarte de la tumba del pecado.
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014

“365 Vidas”- Por: Milton Betancor

Recuerda, la Palabra de Dios dice:
Dicho esto, añadió: “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo”.Juan 11:11.
Un día, el Señor Jesús despertará del sueño de la muerte a sus amigos que murieron, como lo hizo con Lázaro. Que cada día seamos mas amigos de El y ayudemos a que mas personas sean amigos de nuestro Salvador y Maestro.
JOHN CARLOS SOTIL LUJAN
DIRECTOR DEL WEB BLOG REFLEXIONES PARA VIVIR

Si somos pacientes, es menos probable que nos apresuremos por tener cosas para las cuales no estamos preparados. La paciencia puede evitar que actuemos de manera impulsiva. Puede ayudarnos a aceptar nuestras limitaciones e intentar de nuevo. Y nuestra paciencia es beneficiosa para otras personas también. No es fácil para nadie tratar con alguien que está siempre ansioso y estresado; sin tiempo para nada.

Sin embargo, no siempre es fácil ser paciente; es algo que tenemos que aprender. Aquí hay cinco consejos sobre cómo convertirnos en una persona más paciente.

1.    Define qué te hace impaciente. Generalmente, somos impacientes porque        estamos apurados o bajo algún tipo de presión. ¿Por qué eres impaciente?

2.    Aprende a relajarte. Si te sientes impaciente, debes aprender a respirar profundo, relajarte y "soltar" esas cosas que te preocupan.

3.    Mantente positivo. Recuerda que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros. Todo saldrá bien.

4.    Observa la imagen completa. La gente hoy en día habla de "problemas del primer mundo". Estos son los problemas que solo tienen las personas privilegiadas. Tenemos que ver la imagen completa, y dejar de preocuparnos por pequeñeces. Por ejemplo, quizá no nos guste lo que tenemos para desayunar, pero somos afortunados por tener algo para desayunar.

5.    Descansa. Esto tiene dos significados. Primero, debemos tomarnos descansos cada día para sentarnos y pensar. Segundo, debemos reconocer que el mundo no es perfecto; nosotros no somos perfectos.

La Biblia deja en claro que la paciencia es una virtud. Pablo dice que la paciencia es parte del fruto del Espíritu, junto con el amor, la alegría, la paz, la amabilidad, la bondad, la fidelidad, la humildad y el dominio propio (Gálatas 5:22, 23). Y David describe a Dios mismo como "clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor" (Salmo 103:8).

Hay cosas que, simplemente, suceden. Quizá, no siempre sucedan cosas buenas a los que esperan, pero la mayoría de las cosas buenas que suceden no ocurren rápidamente. Después de todo, los israelitas pasaron cuarenta años en el desierto antes de estar listos para entrar en la Tierra Prometida. ¡Eso es paciencia!


Charlotte Waller, Reading, Inglaterra. (Tomado de Lección para jóvenes - cuarto trimestre 2014 , pag. 79).

 LA POPULARIDAD DE PROGRAMAS DE TELEVISIÓN como “¿Quién quiere ser un millonario?”, o similares, sugiere que muchos gozan con la fantasía de pasar de pobres a ricos, y tal vez esperan que eso les suceda.
Pero la riqueza no es todo lo que mucha gente cree. Hay estudios que su gieren que los ingresos crecientes siguen la ley de resultados decrecientes: más allá de vivir con comodidad, más posesiones no compran más felicidad.
Relaciones apropiadas, satisfacción con el trabajo y una vida con propósito contribuyen más a la felicidad que la riqueza. Las cosas mejores son gratuitas, tales como palabras amables, una sonrisa, un oído que escucha, actos bondadosos, aceptación, respeto, un toque de simpatía y una amistad genuina. Aún más preciosos son los dones de Dios: fe, esperanza, sabiduría, amor, contentamiento, y muchas otras bendiciones que vienen con la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida. La ironía es que, aunque estamos de acuerdo con estos sentimientos, la vida diaria sugiere que a menudo el egoísmo manda. 
El capítulo 5 de Santiago comienza con un fuerte impacto: “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán” (Sant. 5:1 ( CB ) ). Sin duda, eso habría logrado la atención del lector. Santiago 1:10 y 11 ( CB ) recuerda a los ricos la transitoriedad de la riqueza. En el capítulo 5, insta a los que obstinadamente se aferran a ella a “llorar y aullar”. Es como si el juicio inminente se está derramando ya, ahora. La vívida descripción continúa recordando la retribución divina sobre los excesos que caracterizan el período anterior al retorno de Cristo (ver Luc. 17:27-29; 2 Tim. 3:1, 2; Apoc. 18:3, 7). Una actitud similar satura la iglesia de Dios de los últimos días (Apoc. 3:17). Nota que la palabra griega traducida como “miseria”, en Santiago 5:1, viene de la misma raíz que describe a Laodicea como “miserable”, en Apocalipsis 3:17. Hay mucha injusticia en el mundo, especialmente económica. A veces es difícil de entender por qué algunos se enriquecen explotando a los pobres y, lo que es peor, ¡se salen con la suya!
En los libros de los profetas del Antiguo Testamento, encontramos una preocupación por la justicia y la promesa de que Dios resolverá la situación. Pero este sentimiento de esperanza no parece hacer más fácil este período de incertidumbre, esperando la intervención divina. Por ejemplo, escribiendo en una época de apostasía general en el pueblo de Dios, cuando Babilonia, llena de orgullo, celebraba su poder y prosperidad, el profeta Habacuc planteó a Dios preguntas muy pertinentes (ver Habacuc. 1:2-4, 13, 14). La breve respuesta de Dios era que confiase en él y esperase un poco más (Hab. 2:2-4). Y el profeta hizo justo eso (ver Habacuc. 3:17, 18). 
¿Qué injusticias te queman por dentro con enojo e indignación? Por supuesto, aunque debemos hacer lo que podamos para aliviar la injusticia, ¿cómo podemos aprender a descansar en la promesa de que, cuando todo termine, Dios hará justicia?

 Dr. Clinton Wahlen.
La situación económica mundial parece ir de una crisis a otra; aun los “buenos” tiempos, cuando los hay, rara vez duran mucho, y siempre son seguidos por otro momento bajo. Cualquier apariencia de estabilidad y tranquilidad económicas que el mercado global pudiera ofrecer es pasajera y mayormente imaginaria. El descontento y la inestabilidad crecen mientras la brecha entre ricos y pobres se agranda.
 Esa era la situación cuando Santiago( el apóstol bíblico) escribió que los pobres se desesperaban más y más, y los ricos se volvían más insensibles a la suerte de los indigentes.

Más temprano o más tarde, la riqueza mundanal pierde su brillo para todos nosotros. Aprendemos sus limitaciones y tal vez aun su lado oscuro. El dinero tiene su lugar; el problema es cuando la gente lo pone en el lugar equivocado. 

Santiago dice que el dinero “testificará contra” los que lo usan mal (Santiago. 5:3). Aunque hace esta advertencia en el contexto del tiempo del fin, el punto debería ser claro: cómo usamos nuestro dinero tiene importancia. La imagen de un fuego que consume la carne tiene el propósito de despertarnos a la seriedad de las elecciones que hacemos con nuestro dinero. 

¿Estamos amontonando tesoros que finalmente serán consumidos por el fuego o los ahorramos para la eternidad? (Ver Luc. 12:33, 34.)

Piensa con cuidado en tu actitud hacia el dinero y cómo afecta tus relaciones. ¿Qué dice esto acerca de cómo lo estás usando?


 Dr. Clinton Wahlen.


«¿Quién es sabio y entendido entre vosotros?» (Santiago 3:13).

 Santiago ya nos ha dado parte de la respuesta cuando nos dijo que si alguien necesita sa­biduría, ha de pedirla a Dios (Santiago 1:5). Por lo tanto, en un sentido muy ele­mental, podemos decir que sabio es aquel que pide y recibe dicha virtud de Dios. No obstante, dado que la pregunta de este versículo aparece en el con­texto de los problemas que los seres humanos provocamos al no controlar nuestras palabras, nuestro autor añade entonces una segunda parte a su res­puesta: sabio es aquel que, mediante «su buena conducta» es capaz de demos­trar la humildad que la «sabiduría le da» (Santiago 3:13, DHH).

Que nuestro autor relacione la buena conducta con la sabiduría es algo que se entiende al recordar que, en el pensamiento judío, la sabiduría no es algo teórico, sino algo sumamente práctico. Teniendo en cuenta que el propó­sito principal de la sabiduría bíblica no es capacitarnos para dominar las cien­cias, sino influir en nuestro comportamiento y experiencia espiritual, alguien sabio es aquel que, al considerar y aplicar en su vida los principios divinos, se distinguirá por decidir correctamente en todo aspecto de la vida, indepen­dientemente de las circunstancias a las que se que enfrente. Por eso, a fin de entender mejor este concepto, repasar un poco lo que el hombre más sabio escribió sobre él será de gran utilidad.

Según Salomón, la sabiduría ha de contar con un ingrediente indispensa­ble: «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (Proverbios 1:7; la cursiva es nuestra). Al decirnos dos veces en su libro la estrecha relación que existe entre «el temor de Jehová» y la sabiduría (Proverbios 1:7; 9: 10), Salomón usó dos térmi­nos hebreos distintos para referirse a lo que en nuestras Biblias se tradujo como "principio". Mientras que en el segundo caso la palabra utilizada pone el énfasis en el orden o la secuencia (ser el primero de una serie), la primera tiene que ver, más bien, con la importancia. Tan significativo detalle nos su­giere que «el temor de Jehová» no solo es el punto de partida o el primer paso en busca de la sabiduría, sino también un requisito importantísimo e indis­pensable para obtenerla.

Pero, ¿qué significa entonces la expresión «el temor de Jehová»? ¿Qué es lo que de verdad tenían en mente los autores bíblicos al utilizarla? No sé si ha sido su caso, pero siendo un niño, a menudo pensé que dicha frase significaba algo más que tenerle miedo a un Ser que, dado su poder y grandeza, podría intimidar a cualquiera. Sin embargo, aunque me negaba a pensar en un Dios que infundiera miedo, no recuerdo haber resuelto plenamente aquella incóg­nita en mi mente.

Hoy en día, esto ha cambiado, ya que leer la Biblia con mayor deteni­miento me ha ayudado a comprender que «el temor de», no significa necesa­riamente «temor a». Los siguientes versículos lo ilustran bien:
       «El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos» (Salmo 19: 9).
       «En el temor de Jehová está la fuerte confianza; y esperanza tendrán sus hijos» (Proverbios 14:26).
       «El temor de Jehová es aborrecer el mal» (Proverbios 8:13).
Por ello, lejos de amedrentar a nadie, este temor prolonga la existencia (Proverbios 14:27) y nos aleja del mal (Proverbios 16:6). De ahí que se nos recomiende «perseverar en él» (Proverbios 23:17).
Tan significativa evidencia deja claro que este concepto no es en absoluto negativo. 

¿Cómo podría serlo considerando su utilidad y todos sus benefi­cios? 

Sin embargo, tan positivo como parece, es bueno aclarar que llevar a la práctica dicho concepto no siempre ha resultado fácil.

Por ejemplo, cuando el faraón ordenó a las parteras que mataran a todo bebé varón que naciera a los israelitas, ellas se negaron a participar de algo que iba en contra de sus principios: «Pero las parteras temieron a Dios, y no hicieron como les mandó el rey de Egipto, sino que preservaron la vida a los niños. [...] Y por haber las parteras temido a Dios, él prosperó sus familias» (Éxodo 1:17, 21; la cursiva es nuestra).

El riesgo que afrontaron aquellas valientes mujeres nos enseña que temer a Jehová implica lealtad. Sí, lealtad a los principios, así como el correspon­diente valor para no practicar algo que, aunque pudiera ser popular o hasta obligatorio, vaya en contra de lo que la Palabra de Dios dice (Hechos 5:29).
Reiterando el hecho de que «temer a Jehová» no siempre será lo más fácil, pero que definitivamente tiene que ver con nuestra lealtad a Él, que Abraham obedeciera el mandato de sacrificar a su hijo es otro gran ejemplo de lo que venimos diciendo. Pudiendo haberse negado a obedecer, Abraham decidió seguir al pie de la letra las instrucciones que Dios le había dado. Y aunque no entendía por qué se le había hecho semejante petición, conocía tan bien a Dios y lo amaba hasta tal punto que su confianza en él manifestó ser absolu­ta; decisión que el Señor reconoció al decirle: «No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único» (Génesis 22:12; la cursiva es nuestra).

Por lo tanto, además de producir una lealtad a toda prueba, el «temor de Jehová» se distingue también por llevarnos a desarrollar una confianza plena en Dios. Por difíciles de alcanzar que parezcan, ambas características están a nues­tro alcance si mantenemos una estrecha relación con la fuente de «toda buena dádiva» (Santiago 1:17), con Aquel que es la fuente de la auténtica sabiduría: «Yo, la Sabiduría, habito con la cordura y tengo la ciencia de los consejos. |...] Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan» (Proverbios 8:12, 17; note que el «temor de Jehová» también se menciona en el vers. 13).
Esto me lleva a recordar la ocasión en que un padre se me acercó para pre­guntar mi opinión sobre una decisión que había tomado recientemente. Uno de sus hijos estaba a punto de acceder a la universidad y el examen que tenía que realizar para ser admitido en ella estaba fijado en sábado. Después de razo­narlo un tiempo, la decisión que tomó fue que su hijo se presentara el sábado programado a dicho examen. Al fin y al cabo, solo sería una vez y, seguramen­te (al parecer lo más importante para él), Dios lo entendería; decisión que si­guió justificando, según puede imaginar, con expresiones tales como: «El Señor conoce mi corazón, sabe que mis motivos fueron buenos», etcétera.
Según usted, ¿esta decisión encaja con los parámetros bíblicos de la sabi­duría que acabamos de ver? ¿No? A mí, tampoco. Sin embargo, aunque inten­té explicarle lo mejor que pude qué enseña Proverbios sobre tomar decisiones sabias, temo que aquel sincero padre no haya quedado convencido de la im­portancia de decidir teniendo en cuenta la sabiduría bíblica.

En efecto, puesto que la sabiduría bíblica tiene al temor de Jehová como su elemento inicial y más importante, esta ha de evidenciarse tanto en nuestra forma de tomar decisiones como también en nuestra conducta. Por lo tanto, des­de la perspectiva de Santiago, vivir sabiamente, incluye algo más: «¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre» (Santiago 3:13)

Escrito por  Alejo Aguilar:-
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Exploté. No pude aguantar más, y exploté. Había estado guardando la ira por tanto tiempo que este pequeño incidente me empujó por el precipicio de la frustración acumulada. Mi compañera de pieza había usado la bolsa "equivocada" para la basura. La tomé y grité: "¡Esto no es una bolsa de basura!" 

Siempre son las cosas más tontas las que nos hacen enfurecernos. En mi ira y frustración, permití que mis palabras se convirtieran en dagas. Luego de esa experiencia, me di cuenta de cuánto necesitaba aprender acerca de cómo cultivar palabras de sanidad; primero, para mí misma, y luego para mi compañera de pieza y compañeros de casa, a quienes había herido con las palabras que había pronunciado sin pensar. 

Santiago 3:6 dice: "Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno".

Afortunadamente, Cristo trabaja como sanador, incluso cuando nuestras palabras trabajan para destruir. Luego de mucha oración, mi compañera de pieza y yo nos reconciliamos. No pasó de la noche a la mañana, pero nuestra amistad y confianza comenzaron a construirse nuevamente. Y las palabras cumplieron un rol importante en nuestra reconciliación. Todavía recuerdo claramente la noche en que compartí con ella mis sinceras palabras: palabras de arrepentimiento y de admiración por quién ella era. Ella también expresó sus pensamientos más íntimos. Estábamos en el mismo cuarto en el que hablamos peleado, pero esta vez nuestras palabras no lastimaron a la otra; en esta ocasión, sanaron nuestra amistad destruida.

Aprender a dominar la lengua, probablemente, es una de las lecciones más grandes que los seres humanos tendremos que aprender en toda la vida. 

Agradezco a Dios que mi lección no me costó la pérdida de mi querida amiga y hermana en Cristo.

SUZANNE OCSAI OOLTEWAT
Si tú crees que la justicia es simplemente rectitud, que es buen comportamiento; el texto de hoy te llevará a un callejón sin salida. Según el salmista, una manera de ser feliz es tener una conducta coherente y por encima de cualquier sospecha. Pero justicia, en el concepto hebreo, no es tan solo un patrón de comportamiento.
El profeta Jeremías escribió: “Vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra.* El renuevo de justicia que el profeta menciona no es solamente poseedor de justicia. Es la misma justicia. No hay justicia sin Jesús. El es la Justicia.
Por lo tanto, al referirse en el versículo de hoy a aquellos que “hacen justicia”, el salmista está pensando en aquel que vive en Jesús.
Practicar es aplicar la teoría repetidamente. La vida del cristiano no es solo teoría. No basta saber que Jesús murió y que la única manera de guardar la rectitud es ir a Jesús. Ese concepto es maravilloso, pero es necesario salir de la teoría e ingresar en el terreno de la práctica. Es necesario andar diariamente con Jesús, la persona Justicia.
David enseña en el salmo de hoy que el secreto de la felicidad es “hacer la justicia”. ¿Cómo puede la práctica de normas, la mayoría de las veces difíciles de ser cumplidas, proporcionar felicidad? No, evidentemente aquí no se habla solo de un código moral, sin vida en sí mismo. Aquí se habla del Señor Jesucristo. El murió en la cruz del Calvario no solo para darnos vida, sino también para dar vida a los mandamientos que los fariseos habían transformado en letra muerta.
“Hacer justicia” en el sentido de andar diariamente con Jesús, es una experiencia enriquecedora. Le da sentido a la vida. Le proporciona sabor a los momentos más insulsos de la experiencia humana.
No mires los principios divinos como letra sin vida y prohibiciones míralos como el reflejo del carácter de Jesús y aplícalos a tu vida. Este es el secreto de la felicidad que tú tanto buscas. Esta puede ser la realidad más extraordinaria de tu existencia.
Por eso, memoriza el versículo de hoy y repítelo a lo largo del día: “Dichosos los que guardan juicio, los que hacen justicia en todo tiempo”.
*Jer 23:5.
                                                                     Alejandro Bullón

Leo observó, maravillado, la danza de las extrañas figuras ataviadas con ropas orientales: tres mujeres, moviéndose seductoramente en el palco. Se acercó y vio, con asombro, que eran jóvenes y hermosas. Tenían los ojos verdes, relucientes como las esmeraldas. La imagen de sus cuerpos en mo­vimiento cautivó su mirada durante varios minutos. Al terminar el espectá­culo, se acercó a una de ellas. Era morena, de rostro triste. Su tristeza no era coherente con la danza que acababa de presentar.
Fue algo inexplicable. Solo una hora de conversación, y ambos llegaron a la “conclusión” de que estaban profundamente enamorados. Así comenzó una historia de dolor, de angustia y de muerte.
Meses después, Leo no pudo soportar el dolor de verse engañado. Su mundo quedó en tinieblas, y sus emociones, perturbadas, le hicieron come­ter un crimen que lo llevaría a la prisión por varios años. Todo sucedió la noche en que ella le confesó que nunca lo había amado; se había casado con él solo por causa de su dinero.
–¿Cómo puedes decir eso, si pasamos tantos momentos maravillosos? –preguntó el joven engañado, al límite de la desesperación.
–Fingí. Simplemente, fingí –fue la respuesta, dura y fría.
Lo que sucedió después lo relataron los periodistas con lujo de detalles.

“El amor sea sin fingimiento”, advierte Pablo, escribiendo a los romanos. Él no se refiere solo al amor de una pareja; el consejo sirve para todas las circunstancias que el amor involucra. El amor es el sistema circulatorio de las relaciones humanas. Cuando la sangre llega, sana, a cada miembro del cuerpo, comunica salud y lo capacita para ejercer sus funciones.
Pablo menciona que el amor sano es sincero, auténtico y sin fingimiento. Se muestra como es; no se coloca máscaras. No se esconde; no camina en las sombras; no combina con la penumbra.
Ese tipo de amor no es pasivo, es movido a la acción. Extiende la mano en dirección del necesitado. Renuncia, a veces, en favor del otro. Paradójica­mente, el mayor beneficiado no es el amado, sino el que ama.
Por eso, hoy, proponte amar, sin máscaras. Recuerda el consejo sabio: “El amor sea sin 
fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno”(Romanos 12:9).
                                                                  Alejandro Bullón

Eugenio cerró el libro que leía, una novela de crimen, sexo y sangre. Se levantó del sofá, frente a la hoguera, se dirigió hacia la ventana y la abrió, para ver qué era lo que sucedía allá afuera. El perro ladraba con insistencia.
Su rostro, caliente por el ardor intenso de los leños, sintió el aire helado de la noche de invierno. Llamó a su perro, un pastor alemán. El animal se acercó al amo y volvió, ladrando, hacia el pequeño bosque del lado.
–¿Quién anda ahí?
El grito de Eugenio quebró el silencio de la noche. La única respuesta que obtuvo fue un fuerte gruñido del perro, que corría, enloquecido, acercándo­se al bosque.
Eugenio quedó por un momento estático, pensando qué hacer. Sus ojos reflejaban miedo. Había oído tantas historias de asaltos; y él estaba solo aquella noche. Quiso, entonces, pensar en Dios, pero su mente, contamina­da por la historia que estaba leyendo, solo daba lugar al miedo; y su corazón temblaba. Involuntariamente, empezó a ver las escenas de violencia relata­das en la novela, y se sintió más solo y desamparado que nunca.
¿Qué tiene que ver esta historia con el versículo de hoy? El texto habla de un corazón puro.
 Jesús dijo, en el Sermón del Monte, que los que tienen el corazón puro son felices.
 Eugenio no tenía el corazón puro en aquel momento. Acababa de colocar basura en su mente. Sus temores, aquella noche, no pro­venían del bosque ni del ladrido desesperado de su perro, sino de su mente y de las escenas de horror y sangre que acababa de colocar en ella. Su corazón estaba contaminado, y él no podía ver a Dios cuando más lo necesitaba.
La palabra “puro”, en el original griego, es kataros, que signifi ca, entre otras cosas, “que no tiene mezcla”. Como el aceite, que no contiene agua.
¿Qué sucede si colocas en tu mente cosas buenas y cosas malas, al mismotiempo? Tu mente deja de ser kataros; se vuelve agua envenenada. Entonces, al llegar el momento difícil, el agua no calma tu sed; está contaminada y pue­de provocarte la muerte. Jesús desea lo mejor para ti. Quiere que seas feliz y camines diariamente sin temor. Por eso, te aconseja que no contamines lafuente de tu corazón.
Sal de casa hoy, dispuesto a colocar solo cosas buenas en tu mente. No lo olvides: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”(Mateo 5:8).

                                              Alejandro Bullón

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