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Archive for junio 2011

En esta vida, todo pasa. Pasa el tiempo, el verano, la época de las lluvias, las palabras... en fin. Un día, te miras en el reflejo del agua, y descubres que la juventud también pasa.
El otro día, alguien me dijo: "Siempre me decían joven. Joven para aquí; joven para allá... Hasta que un día me sorprendí cuando una buena señora, en el mercado, me llamó señor. Entonces corrí a casa, me miré en el espejo, y descubrí, espantado, que la señora tenía razón. ¡Yo había dejado de ser un joven! Me había vuelto un señor".
Desdichadamente, cuando se es joven, da la impresión de que la juven­tud es eterna; que las oportunidades estarán siempre allí, al alcance de las manos. Tal vez por eso, un poeta renegado escribió: "La juventud es un don precioso que se desperdicia en la mano de los jóvenes".
¿Qué hacer para que, al llegar a los años maduros, puedas mirar para atrás y saber que valió la pena haber vivido? El versículo de hoy trae la res­puesta. ¿Quieres frutos? ¿Plenitud de frutos? ¿Frutos abundantes? Entonces, recuerda que "Yo soy la vid", dice Jesús; tú solo eres la rama. Una rama se­parada de la vid está condenada al fuego; para nada sirve. Pero, una rama conectada a la vid recibirá vida, y el resultado será fruto abundante en todas las áreas.
La palabra que destaca en el versículo de hoy es el verbo "permanecer". Expresa continuidad, durabilidad, persistencia; lo contrario a fugacidad o intermitencia. El secreto de una vida plena es la permanencia. "Permaneced en mí" indicó Jesús. ¿Cómo se permanece en Jesús? Buscándolo todos los días, abriéndole el corazón cada mañana y diciéndole: "Señor, yo no sé vivir solo. Necesito de ti. Enséñame a caminar por los caminos de victoria". Esto significa renuncia del propio yo y dependencia de Jesús. Una dependencia que, lejos de llevarte a la esclavitud o al servilismo, te conduce a la realiza­ción y a la vida llena de significado.
Hoy puede ser la media vuelta de tu vida. Si hasta aquí sientes que tus esfuerzos son infructuosos; si trabajas con ahínco, pero nada da resulta­do, conéctate a Jesús. Aprende a depender de él, y prepárate para los frutos abundantes, porque él dijo: "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer"(Juan 15:5).
                                    Tomado del Libro de Meditaciones Matinales 2011, del Pr. Alejandro Bullón
Intentemos definir el amor. Digo "intentemos" porque, si Dios es amor, definir el amor será tan difícil como lo es definir a Dios. La palabra impo­sible encuadraría mejor.
Lo que me impresiona de las enseñanzas bíblicas es que los escritores no enfatizan definiciones y conceptos; eso sería caer en el terreno peligroso de la teoría desprovista de practicidad. El énfasis de los escritores sagrados está en la aplicación de los conceptos teóricos. Por eso, en la Biblia resulta difícil encontrar una definición teórica del amor; más bien, encontramos la des­cripción del amor en la vida práctica.Esa descripción está registrada en el versículo de hoy. El propósito de Pablo es llevarnos a pensar en este tipo de amor, y compararlo con la manera en que nosotros amamos.¿Cómo sería nuestro hogar si estas características del amor estuviesen presentes en cada miembro de la familia? Pero, estas características son pro­pias del amor, fruto del Espíritu. Y los frutos no aparecen de un momento para otro, involucran crecimiento y desarrollo.No te desesperes si mañana mismo no aparecen estas características en tu amor. Simplemente ve a Jesús, búscalo cada día en oración, suplícale que desarrolle en ti la capacidad de amar con un amor auténtico, y te sorprende­rás con los resultados.Fue eso lo que sucedió en la vida del apóstol Juan. Él llegó a Jesús como "el hijo del trueno". Pero, en la convivencia diaria con Jesucristo, se fue desa­rrollando en él el amor de Dios; apareció el fruto del Espíritu. Y, cuando lo encontramos en la isla de Patmos, años más tarde, ya no es más el "hijo del trueno": se ha transformado en el "discípulo del amor".Levántate, asómate a la ventana. Ha empezado un nuevo día, y para ti puede ser una linda experiencia de compañerismo con Jesús. No te asustes con las tormentas que ves aproximarse; escóndete en Jesús. Vive a su lado, y prepárate para ver las maravillas que él es capaz de hacer en tu vida.¡Ah! Y recuerda que "el amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece".
                                  Tomado del Libro de Meditaciones Matinales 2011, del Pr. Alejandro Bullón
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¿Cómo haces para tener fe? ¿Cómo haces para seguir esperando, cuan­do nada de lo que esperas sucede? Si, al menos, existiera en el aire un tímido olor a promesas que se cumplen; pasos lejanos de la persona amada, que regresa. Si crujiera alguna hoja seca a tus espaldas, diciéndote que has recuperado la audición perdida. Pero, nada de lo que esperas sucede; y escu­chas, desanimado, lo que las demás personas cuentan acerca de los hechos extraordinarios que Dios obra en su vida.
El otro día, alguien me dijo: "Tengo la impresión de que cuanto más es­pero en Dios, él más se olvida de mí". Jesús sabía que ese tipo de pensamien­tos iba a asaltar muchas veces la mente de sus hijos. Por eso, un día aseguró a Pedro: "He rogado por ti, para que tu fe no falte".La fe es confianza. Cuando tú conoces a una persona, sabes que puedes confiar en ella; tienes la seguridad de que no te fallará. Puede, incluso, de­morar por circunstancias que después sabrás, pero estás seguro de que no te fallará. La conoces bien.Esto te conduce de nuevo a Jesús. No es posible tener fe en Jesús y en sus promesas, si no convives a diario con él. Esa convivencia te lleva a conocerlo. Y entonces tienes la seguridad de que, aunque aparentemente sus promesas demoran, él no te abandonó. Está ahí, cerca de ti, esperando el momento oportuno para mostrarte la salida.Me anima la idea de saber que Jesús está en este momento rogando al Padre por mí, para que mi fe no falte. Es que la única manera de ser feliz, en este mundo de tinieblas, es saber que, aunque se demore, la luz del nuevo día brillará.Jesús le dijo más a Pedro. Le dijo que otra de las maneras de sentir menos el dolor y las dificultades es estar ocupado en testificar a los demás respecto del amor de Dios: "Una vez vuelto, confirma a tus hermanos". Una vida cen­trada en uno mismo es, con frecuencia, una vida llena de ansiedad. Cuanto más miras al reloj, pareciera que el tiempo no corre; pero, cuando te olvidas de la hora y empiezas a trabajar, el tiempo vuela.Haz de este un día más de convivencia con Jesús y de servicio a las per­sonas. No temas de nadie ni de nada; no desesperes, si las cosas que esperas todavía no sucedieron. Y toma las palabras de Jesús como si fuesen para ti: "Pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos"(Lucas 22:32)
                                    Tomado del Libro de Meditaciones Matinales 2011, del Pr. Alejandro Bullón
Para meditar Hoy: Y el ángel de Jehová se le apareció, y le dijo: Jehová está contigo, varón esforzado y valiente. (Jueces 6:12)
.Las 6:30 de la mañana. El despertador grita a todo volumen que ya es hora de despertar. Pero, ¡cómo! ¡Si él ni siquiera durmió! Se arrastra por la sala, para no despertar a nadie en casa. Las sandalias, deslizándose por el piso, parecen una multitud gritando al unísono: "No lo lograrás".
Las 7:30 de la mañana. Dentro del auto, mientras lleva a los hijos a la escuela, Pablo guarda silencio durante el camino. En el asiento trasero, los hijos juegan un juego electrónico portátil. En otros tiempos, les hubiese pe­dido que hicieran menos ruido; pero hoy no tiene fuerzas ni para eso. Por lo menos, ese ruido apaga un poco el grito de su corazón: "¡No lo lograrás!"Las 8:00 de la mañana: hijos en la escuela; tráfico lento; en la radio, las noticias de la mañana, la previsión del tiempo... y, en el corazón, la ansie­dad de quien tiene que presentar un proyecto nuevo a un grupo exigente de clientes. El material es bueno, la presentación en el proyector está bien lograda; pero, el temor continúa. Él sabe que, en el mundo de los negocios, un buen proyecto no es suficiente. La lucha es intensa, feroz; casi insana. Cualquier persona hace un buen proyecto; él necesita más que eso. Necesita aquel contrato. Pero, Pablo es un ser humano común, y tiene en su corazón las luchas comunes del día a día, el peso de la ansiedad, el fardo de la insegu­ridad, la inquieta pregunta: ¿Y si no lo logro? Pablo es, en verdad, la imagen de un hombre temeroso, con miedo, asustado.El texto de hoy fue escrito para un hombre como Pablo. Un hombre que tenía un encuentro con personas difíciles, con gente a la que no le gustaba negociar; gente pesada. Y, en su desesperación, muestra que es todo, menos un hombre listo para la batalla. Gedeón cargaba en su corazón el mismo interrogante de Pablo y de muchos otros: ¿Acaso voy a lograrlo?Tú eres un hombre valiente; el texto lo afirma. ¿Valiente? ¡Tanto Gedeón, como el Pablo de nuestra historia, nada tienen de valentía! Al contrario, ellos parecen inseguros, miedosos y ansiosos. ¡Pero, no es así como Dios te ve! La grandeza es la visión de Dios. En el texto de hoy, Dios tiene la visión de un Gedeón victorioso porque lo ve no como es, sino como será por el poder divino.Al comenzar un nuevo día, clama a Dios. Entrégale tu vida, sal a la lucha con fe, ve al campo de batalla y vence. Pero, antes, recuerda: "Y el ángel de Je­hová se le apareció, y le dijo: Jehová está contigo, varón esforzado y valiente".
                                            Tomado del Libro de Meditaciones Matinales 2011, del Pr. Alejandro Bullón.
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¿ Algún día lo lograré?, se pregunta. El éxito de sus padres la asusta. Thais es una chica llena de sueños, planes y proyectos. Acaba de diplomarse en Medicina. Los padres, ambos médicos, son famosos, con carreras sólidas y una excelente reputación en el ámbito profesional. Personas importantes acuden a la clínica de sus padres, y todo ese éxito la cohibe y la atemoriza. ¿Cuál es el secreto de la prosperidad? ¿Cuál era el secreto de sus padres?
El versículo de hoy menciona el secreto de la prosperidad y del éxito en la vida del rey Ezequías. Y enseña una lección que debe ser tomada en cuenta por todo aquel que desea ser un vencedor. Todo lo que fue escrito en la Biblia fue escrito para nuestra edificación; el plan de Dios es mostrarte el camino y enseñarte a andar.
El problema de mucha gente es que desea tener éxito, pero usa los tres puntos del versículo de hoy en orden inverso. Nota el orden correcto: Seguir a Dios, no apartarse de él y, después, guardar sus Mandamientos. Este último es consecuencia, y no causa.
Algunos sinceros hijos de Dios piensan que pueden lograr que Dios los ame más haciendo algo. ¡Eso es imposible! ¡Nada que yo haga logrará que Dios me ame más, así como no hay algo que yo haga para que Dios me ame menos!
Guardar los Mandamientos solo vale si es una consecuencia de seguir a Dios y no apartarse de él. La obediencia es fruto del relacionamiento correc­to con la Fuente de la obediencia, que es Jesús.
Hoy comenzaste tu día haciendo una buena decisión: cultivar la comu­nión con Dios, seguirlo, no apartarte de él. El resultado será la obediencia natural a los Mandamientos. Será una experiencia tan placentera como be­ber una limonada fría en una tarda caliente de verano. Ese es el secreto de la prosperidad y de la victoria.
Thais, Joáo, Marcos, Luisa; no importa tu nombre ni cuáles sean tus sue­ños; no importan los gigantes que necesitas vencer. Lo que importa es que has descubierto el secreto de la prosperidad. Haz como Ezequías, "porque siguió a Jehová, y no se apartó de él, sino que guardó los mandamientos que Jehová prescribió a Moisés"(2 Reyes 18:6).
                                          Tomado del Libro de Meditaciones 2011, del Pr. Alejandro Bullón.
                                                            Imagen tomada de temas espirituales.com
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En el taller más extraño y sublime conocido, se reunieron los grandes arquitectos, los afamados carpinteros y los mejores obreros celestiales que debían fabricar al padre perfecto:
"Debe ser fuerte", comentó uno.
"También, debe ser dulce", comentó otro experto.
"Debe tener firmeza y mansedumbre: tiene que saber dar buenos consejos".
"Debe ser justo en momentos decisivos, alegre y comprensivo en los momentos tiernos".
"¿Cómo es posible, interrogó un obrero, poner tal cantidad de cosas en un solo cuerpo"?
"Es fácil", contestó el ingeniero. "Sólo tenemos que crear un hombre con la fuerza del hierro y que tenga corazón de caramelo".
Todos rieron ante la ocurrencia y se escucho una voz (era el Maestro, dueño del taller del cielo):
"Veo que al fin comienzan, comentó sonriendo. No es fácil la tarea es cierto, pero no es imposible si ponen interés y amor en ello".
Y tomando en sus manos un puñado de tierra, comenzó a darle forma.
"¿Tierra?, preguntó sorprendido uno de los arquitectos. ¡Pensé que lo fabricaríamos de mármol, o marfil o piedras preciosas!.
"Este material es necesario para que sea humilde, le contestó el Maestro.
Y extendiendo su mano sacó de las estrellas oro y lo añadió a la masa.
"Esto es para que en pruebas brille y se mantenga firme".
Agregó a todo aquello, amor, sabiduría, le dio forma, le sopló de su aliento y cobró vida, pero... faltaba algo, pues en su pecho le quedaba un hueco.
"¿Y qué pondrás ahí?", preguntó uno de los obreros.
Y abriendo su propio pecho, y ante los ojos asombrados de aquellos arquitectos, sacó su corazón, y le arrancó un pedazo, y lo puso en el centro de aquel hueco.
Dos lágrimas salieron de sus ojos mientras volvía a su lugar su corazón ensangrentado.
¿Por qué has hecho tal cosa?", le interrogó un ángel obrero.
Y aún sangrando, le contestó el Maestro:
"Esto hará que me busque en momentos de angustia, que sea justo y recto, que perdone y corrija con paciencia, y sobre todo, que esté dispuesto aún al sacrificio por los suyos y que dirija a sus hijos con su ejemplo, por que al final de su largo trabajo, cuando haya terminado su tarea de padre allá en la tierra, regresará hasta mí. Y satisfecho por su buena labor, yo le daré un lugar aquí en mi reino. Le extenderé mi mano, descansará en mi pecho y tendrá Vida Eterna.
Pues yo también soy Padre y por él, por su bien, para otorgarle vida, me arranqué del corazón un pedazo de amor y lo puse en su pecho. Para que a mí regrese, guiado por la sangre que derramé por él en una cruz, para darle perdón, para mostrarle que aunque es duro ser padre, cuando extiendes tus brazos y perdonas, la recompensa es vida, gozo y amor eterno.

La preocupación del ser humano siempre es encontrar el camino que lo lleve a la felicidad. En cierta ocasión, Tomás pidió a Jesús: "Señor, mués­tranos el camino". Y la respuesta del Maestro fue: "Yo soy el camino, la ver­dad y la vida". Jesús es el Camino y la Verdad. No existe nada más concreto y absoluto que Jesús. Desdichadamente, vivimos en días en que la verdad, para los seres humanos, se ha vuelto relativa. El pluralismo y el relativismo son dos filosofías que están impregnadas en todo. El pluralismo enseña que, desde el momento que no existe un solo ser humano, es lógico que no pueda haber solo un concepto correcto. Pluralismo proviene de ahí, de la palabra plural, "muchos".
Consecuentemente, nace el relativismo porque, si existen muchas mane­ras de pensar, no puede existir una sola verdad, sino muchas. Por tanto, la verdad es relativa; mejor dicho, depende de lo que cada uno quiera pensar.
Pero, cuando Jesús afirmó que él es la verdad, estaba yendo en contra del pluralismo y del relativismo. La verdad, desde el punto de vista bíblico, es absoluta y está basada en la Palabra de Dios. Jesús lo dijo en su oración sacerdotal: "Santifícalos en tu verdad, tu Palabra es la verdad".
Pero, al final de cuentas, la verdad ¿es Jesús o es la Palabra de Dios? ¡Am­bos! Jesús es el Verbo, la Palabra de Dios que se hizo carne y vino a habitar entre nosotros. En Jesús, la palabra no era solo teoría: él era la Palabra hecha carne y vivida.
Esto sacude la idea de que la vida cristiana consiste solo en vivir en co­munión teórica con Jesús, o que el cristianismo fervoroso se limita a hacer una declaración romántica de amor a Jesús y cantarle, lleno de emoción. Todo eso es bueno, pero la vida cristiana es más que solo eso: es vivir los principios de la Palabra de Dios.
Disponte a vivir los principios bíblicos, aunque las personas se burlen de tus convicciones o piensen que vives en la Edad de Piedra. Deposita tu con­fianza en Jesús; acepta las enseñanzas de su Palabra, y no digas, como Tomás: "Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?"(Juan 14:5)
                                    Tomado del Libro de Meditaciones 2011, del Pr. Alejandro Bullón.

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Acostada en la cama de un hospital, Hermelinda trata de cobrar conscien­cia de lo que sucedió; por más que se esfuerza, no puede recordar. Sabe que un camión cruzó la calle con luz roja, y la atropello. Pero, lo único que llega a su mente es el grotesco chirrido de los neumáticos, aferrándose inú­tilmente al pavimento. Eso, y la visión de unos desesperados ojos negros en la vereda, mirándola como si adivinaran sus más íntimos temores. Después, todo se volvió oscuro... y despertó en el hospital, rodeada de paredes verdes y techo blanco.
La verdadera tragedia vino después, cuando el médico le dijo que nece­sitaba hacerle una serie de exámenes, para determinar con seguridad lo que le había pasado. Hermelinda tembló, de cabeza a cintura; los pies, ya no los sintió. Tuvo la impresión de que se los habían arrancado.
Algunos días después, vino el veredicto: había sufrido una lesión irrever­sible en la columna vertebral, y estaba condenada a una silla de ruedas para el resto de la vida.
La joven alta, delgada y de cabellos largos no lloró; no en público. Pero, a solas, derramó su alma al Señor. Pasó horas clamando a Dios. Aceptaba su situación, pero creía que Dios era un Dios que no conoce la palabra imposible.
Una noche, oró hasta la madrugada. Deberían ser las cuatro de la mañana. El gallo cantó. Poco tiempo después, oyó el ruido de la carroza que distribuía leche. El sol debía salir de un momento a otro, cuando ella decidió levantarse de la silla. "En el nombre de Dios, estoy sana", se repitió a sí misma. Y se le­vantó. Cayó estrepitosamente en el suelo. Intentó levantarse dos, tres veces. Y, cuando estaba a punto de desistir, oyó una voz en el fondo de su corazón: "Levántate y anda".
Y se levantó. Y anduvo. Y nadie, jamás, pudo explicar lo que sucedió con ella.
El versículo de hoy dice que los hijos de Israel clamaron. ¿Por qué clama­ron? Porque los madianitas los habían empobrecido. Les habían quitado todo.
Hay un enemigo peor que los madianitas. Desea quitarte las cosas más valiosas que tienes. Por eso, hoy, no salgas sin recordar el consejo divino: "De este modo empobrecía Israel en gran manera por causa de Madián; y los hijos de Israel clamaron a Jehová"(Jueces 6:6).
                                   Tomado del Libro de Meditaciones 2011, del Pr. Alejandro Bullón.
Rigoberto despertó con el rostro amarillo, ojeras profundas y una horrible sensación pastosa en la boca. Como un autómata, se levantó y se dirigió al baño. El encuentro con su imagen, ante el espejo, le produjo una horrible sensación de náuseas. Casi no se reconoció. Se lavó la cara con jabón, como si en aquel acto quisiese borrar de su mente el recuerdo de la noche de pecado que había vivido.

No era la primera vez. El joven de ojos grises y sonrisa de niño ingenuo sabía que no podía continuar con aquella vida. Conocía los principios bíbli­cos desde niño. Pero, eso no marcaba mucha diferencia. Cuando la tentación surgía, se convertía en una pobre e indefensa víctima de las tendencias que cargaba en su naturaleza.
Después de pecar se sentía sucio, inmundo, indigno del amor de Dios... y con ganas de morir. Había prometido a Dios tantas veces que su vida cambia­ría. Pero, cuanto más lo intentaba, más se hundía en la arena movediza de sus pobres intenciones.
Un día, en su desesperación, tomó la Biblia y encontró el versículo de hoy: "Si mi pueblo buscare mi rostro, yo sanaré sus tierras", expresaba la promesa.
Sanar sus tierras; era eso lo que Rigoberto necesitaba. Sus tierras estaban enfermas de pecado. Nada podía hacer él para resolver ese problema, a no ser buscar a Dios.
La palabra "buscar", en hebreo, es baqash; literalmente, significa "desear". Todo lo que Rigoberto necesitaba hacer era desear, mirar a Jesús, y decirle: "Se­ñor, yo no puedo. Si dependiera de mí, estoy perdido. Por eso, vuelvo los ojos a ti. ¿Puedes hacer algo por este humilde pecador?" En ese momento, viene el cumplimiento de la promesa divina: "Yo sanaré tu tierra".
Esa promesa continua válida para ti. Nada hay, en tu vida, que el Señor Je­sús no pueda sanar. La enfermedad del pecado es la peor de todas las enferme­dades, porque no solo mata el cuerpo sino también el espíritu. Pero, a lo largo de la historia, Dios siempre ha cumplido su promesa en la vida de aquellos que se han acercado a él con fe.
¿Qué harás tú con la promesa? Sal, para enfrentar la batalla de hoy, recor­dando que
"si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra".
 (2 Crónicas 7:14).

                                           Tomado del Libro de Meditaciones 2011, del Pr. Alejandro Bullón.


Para reflexionar hoy: “Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu santidad, se dejará ver en seguida; tu justicia irá delante de ti y la gloria de Jehová será tu retaguardia”. Isaías 58:8.
La santidad es algo que no se puede ocultar. Pero, al mismo tiempo, es como el perfume: resulta empalagosa, cuando es usada sin medida. Imagínate con el cuerpo sudado, después de haber corrido durante una hora.

No encuentras agua y, para resolver el problema, te secas el sudor con la toalla y te colocas perfume, para disfrazar el olor del sudor. ¿Qué resultaría? No es necesario responder... Ahora, imagínate debajo de la ducha, dejando que el agua limpia resbale por tu cuerpo. Después, al salir a la calle, te colocas dos gotitas de un perfume delicioso. Estoy seguro de que todas las personas te van a mirar, mientras caminas. No existe mejor fragancia que la de un perfume colocado con discreción, en un cuerpo limpio.

La santidad es el perfume espiritual del cristiano. No hay cómo pasar desapercibido cuando el perfume de Cristo está reflejado en tu vida: “Tu luz nacerá como el alba y tu santidad se dejará ver en seguida”, dice el profeta.

Pero, ¿qué es santidad? La palabra santo, en el original griego, encierra el significado de algo que fue separado para un propósito especial. Es la consciencia de que no eres un ser común; de que perteneces al Rey del universo; de que fuiste comprado con sangre; de que eres parte de la familia real.

Por eso, cuando encuentres en tu senda muchas voces, llamándote a transitar por los caminos que te llevan a la destrucción y a la muerte, acuérdate de que tú eres santo, separado para un propósito especial.

No eches las perlas a los puercos; tú eres una joya preciosa, de un valor infinito.El Señor Jesucristo lo dejó todo en el cielo, y vino a esta tierra a buscarte, porque tiene un propósito especial para ti.

Sal hoy, por los caminos de la vida; pero sal con la consciencia de tu santidad. Pero, recuerda que no existe santidad sin justicia.

Busca a Jesús y su justicia; y, sin importar que haya una montaña de dificultades y tentaciones al frente, serás lo más precioso que Jesús tiene en esta vida, y vivirás como tal.

Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu santidad, se dejará ver en seguida; tu justicia irá delante de ti y la gloria de Jehová será tu retaguardia”. Isaías 58:8.
                               Tomado del Libro de Meditaciones 2011, del Pr. Alejandro Bullón.

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