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Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21).



UNO DE LOS ASUNTOS SOBRESALIENTES de la genealogía de Mateo es que, extrañamente, se mencionan a varias mujeres. Por el papel que las mujeres desempeñaban en la sociedad judía, no era común que aparecieran en registros públicos como las genealogías. Pero cuando nos fijamos en qué clase de mujeres eran las mencionadas, entonces el asunto cobra más interés. Difícilmente habría encontrado Mateo a mujeres menos aptas para aparecer en su lista genealógica. La primera que se menciona es Rahab, una ramera de Jericó (Mat. 1: 5; Jos. 2: 1-7). Fue la mujer que hospedó a los espías hebreos, y, en recompensa, se le perdonó la vida a ella y a sus parientes, además se les dio un lugar dónde vivir en Israel.

La segunda mujer que aparece en el registro es Rut, una moabita que se casó con uno de los hijos de Noemí, a quien acompañó de regresó a Israel. Ella pertenecía a un pueblo extranjero y odiado por los israelitas, y a quienes se les prohibió en la ley mosaica que pertenecieran a la congregación de Israel durante diez generaciones (Deut. 23: 23).

La tercera es Tamar, una adúltera deliberada que engañó a su suegro para procrear un hijo con él (Gen. 38). Aunque tenía justas razones, era de moral dudosa.

La cuarta es Betsabé, mujer de Urías, el hitita, uno de los valientes de David. Este la sedujo vilmente con una crueldad imperdonable. Llegó a ser la madre de Salomón. Mateo ni siquiera menciona su nombre, y solo dice que fue esposa de Urías.

¿Por qué Mateo incluyó a estas mujeres en la lista de ascendientes de Jesús? Tal vez para darnos un mensaje especial. Quizá nos quiere decir que esta es la esencia del evangelio: Que Jesús vino a redimir al caído, al odiado, al pecador corrupto, al degenerado, al que vive sin esperanza, pero que se aferra de Aquél que tiene el poder de redimir.

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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La biblia dice: "El juicio que lleva a la condenación fue resultado de un solo pecado"
 (Romanos 5: 16).

SER CONSIDERADOS PECADORES, y que nada pasara, no sería una herencia tan mala, tal vez. El problema fue que el pecado de Adán no fue inocente. Hay cinco palabras que el apóstol usa para describir lo que hizo Adán. La primera es la palabra "pecado", que significa yerro, falta, o error. Adán cometió una falta muy seria. La segunda palabra que el apóstol usa para hablar del pecado de Adán es "desobediencia". Quiere decir que sabia lo que estaba haciendo, y era consciente de ir contra la voluntad de Dios. La tercera palabra con la que Pablo describe el pecado de Adán significa "transgresión". Esto implica que a Adán, como sabemos, se le dio un mandamiento específico, y claro, él lo violó, lo pisoteó. No fue un error cometido solo por ignorancia, sino con desdén. Fue una falta intencional.

El cuarto término describe aún más la gravedad de su pecado, ya que se traduce como "rebelión", iniquidad. Esto quiere decir que no solo fue intencionado sino que lo hizo como un acto de rebeldía y oposición. Finalmente, la quinta palabra nos dice que su pecado involucró una "caída". Como resultado de su yerro, desobediencia, transgresión y rebelión, Adán cayó del favor de Dios. Cayó de la condición de pureza a una condición de pecado. La herencia que nos transmitió no fue una caída ligera, sino estrepitosa.
Podríamos decir que Adán cayó en un foso grande, ancho y profundo. Es el pozo del pecado, y que ahí nacimos todos los seres humanos. Nos revolcamos en ese fango sin esperanza de algo mejor, porque nos acostumbramos a vivir en la podredumbre del mal. Esta es la herencia triste de nuestro padre Adán. Y esta es la razón por la que fue condenado; y junto con él, todos nosotros.

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Meditemos en lo siguiente: "Este garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su gloria"
 (Efesios 1: 14).

EL APÓSTOL DICE QUE EL ESPÍRITU SANTO, que es señal o sello de propiedad, garantiza al creyente que recibirá la herencia prometida. Es decir, el derramamiento del Espíritu en el cristiano es la garantía de algo que viene después en plenitud. La palabra usada por Pablo para referirse al Espíritu como garantía, es un término que en sus días pertenecía al mundo de los negocios y el comercio. Es lo que llamaríamos hoy un enganche o anticipo. Lo que se adelanta para garantizar algo. El apóstol Pablo lo afirma: «Nos selló como propiedad suya y puso su Espíritu en nuestro corazón, como garantía de sus promesas» (2 Cor. 1: 22). «Es Dios quien nos ha hecho para este fin y nos ha dado su Espíritu como garantía de sus promesas» (2 Cor. 5: 5).

El Espíritu Santo en la vida del creyente es el sello de propiedad de Dios y es la garantía de que sus promesas se cumplirán fielmente. Es decir, es señal de posesión e indicador de que lo mejor está por venir. Por eso, el apóstol vincula el término primicia con la posesión del Espíritu: «Y no solo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo» (Rom. 8: 23). Las primicias eran los primeros frutos de la cosecha. Eran la señal inequívoca de que la cosecha completa estaba por venir.

Así que en la concesión de su Espíritu al creyente, Dios ha dado garantía y anticipo. La garantía nos da seguridad; el anticipo nos da esperanza. Todavía los griegos modernos usan el término que usó Pablo para referirse al anillo de compromiso. Con ello, los novios tienen garantía y aguardan con esperanza el día de la boda. De este modo, Dios nos ha dado su Espíritu como una bendición espiritual muy grande, a fin de que tengamos seguridad y esperanza.

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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El versículo principal de hoy nos dice : "En él también ustedes, cuando [...] creyeron, fueron marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido" (Efesios 1: 13).



EL APÓSTOL EXPONE las bendiciones espirituales que se gozan en Cristo. En esta ocasión nos dice que fuimos sellados. En la antigüedad, la gente usaba sellos para colocarlos en lugar de sus nombres. Era una señal de propiedad y pertenencia. Se usaba como hoy ponemos nuestra firma o escribimos nuestro nombre para indicar que algo es nuestro.

Cuando el apóstol nos dice que fuimos sellados, lo que quiere decir es que pertenecemos a Dios, porque llevamos su sello de propiedad (2 Cor. 1: 22). Esto es lo más maravilloso que hace el evangelio por las personas que creen en Cristo: Les asegura que no tienen de qué preocuparse, porque son propiedad de Dios. Imagínese lo que implica pertenecer al Ser más poderoso del universo, el Creador de todo y dueño de todo lo que existe. Ciertamente esto nos imparte seguridad y confianza. Pero no somos propiedad de Dios como un objeto, sino porque somos miembros de su familia. Por eso, el Señor dijo: «Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen [...]. Nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar» (Juan 10: 27-29).
El cuida de sus hijos como cuidó de su pueblo: «Lo protegió y lo cuidó; lo guardó como a la niña de sus ojos» (Deut. 32: 10). En medio de los peligros de los últimos días, Dios pondrá su sello sobre su pueblo: «¡No hagan daño ni a la tierra, ni al mar ni a los árboles, hasta que hayamos puesto un sello en la frente de los siervos de nuestro Dios!» (Apoc. 7: 3).
Su pueblo estará seguro en la crisis final porque pertenece a Dios.

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Dios quiere que seas parte de sus escogidos.

La biblia nos dice, refiriéndose al deseo de Dios, "Pues él quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad  (1 Timoteo 2:4).

ES UN ERROR PENSAR QUE DIOS haya escogido a todo el mundo para salvación, pues la Biblia enseña claramente que no todos lo serán cuando Cristo vuelva. Pero para Agustín no era así: Dios no puede elegir a todos, solo a cierto número. Aunque algunos de sus estudiantes insistían: ¿Por qué Dios no puede elegir a todos? ¿No dice la Biblia que Dios quiere que todos se salven? Agustín respondía: Dios quiere repoblar el cielo de la apostasía angelical con seres humanos, y esto tiene un límite.

Agustín, como otros que lo siguieron, tenia razón en varias cosas. Estaba acertado en que Dios es soberano, y que tiene el derecho de elegir a quien quiera. También estaba en lo correcto cuando creía que Dios va a elegir a unos y rechazar a otros. Lo que Agustín pasó por alto en la doctrina de la elección es que Pablo dijo que somos elegidos en Cristo: «Dios nos escogió en él» (Efe. 1: 4). No somos elegidos individualmente, sino en forma corporativa. Es decir, Dios, usando su derecho de soberanía, determinó que elegiría a los que escogieran a Cristo como su Señor y Salvador. Antes de la fundación del mundo, antes que el mal existiera, Dios se anticipó con un plan, que conocemos como el plan de la salvación, que establece que solo serían elegidos para la salvación los que tuvieran fe en Cristo. Los demás, serían rechazados. Este concepto mantiene la soberanía de Dios, pero no elimina la elección humana. Todavía los seres humanos son responsables de lo que elijan.

El apóstol Pablo no enfatiza la elección del hombre, sino la elección de Dios. Cuando se enfatiza lo primero, el hombre recibe el honor; cuando se subraya lo segundo, es Dios quien recibe la honra. Por eso el énfasis de Pablo. Es maravilloso el pensamiento de que Dios nos elige. ¡Qué bendición ser un elegido suyo!

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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La reflexión de hoy se centra en el siguiente versículo bíblico: "Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba (Colosenses 3: 1).


LA ESPERANZA DE LA RESURRECCIÓN no aparece muy frecuentemente en el Antiguo Testamento. A Daniel, sin embargo, se le dijo: «Pero tú, persevera hasta el fin y descansa, que al final de los tiempos te levantarás para recibir tu recompensa» (Dan. 12: 13). En la tradición farisaica, la resurrección de los muertos estaba asociada con el fin de esta era. La venidera seria de la resurrección. Nuestro Señor también enseñó que la resurrección pertenecía a la era venidera: «Y esta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final. Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca al Hijo y crea en él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final» (Juan 6: 39, 40). «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final» (vers. 44). «No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán de allí» (Juan 5: 28, 29).

Pero como Jesús es la resurrección y la vida (Juan 11: 25), y la vida ha invadido este mundo con la presencia de Cristo, resulta que la resurrección es una experiencia actual y presente. Por eso Jesús declaró: «Ciertamente les aseguro que ya viene la hora, y ha llegado ya, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán» (Juan 5: 25). La hora de resucitar a los muertos espirituales ya está aquí. Los que responden a la voz del Hijo de Dios, pueden tener vida. La resurrección, reservada solo para el día final, por la presencia de Cristo es una realidad actual. El que cree en Cristo resucita a una vida nueva: «Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales» (Efe. 2: 6).

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Esta meditación se centra en el siguiente versículo: "Para que todo el que crea en él tenga vida eterna" (Juan 3: 15)
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UNA DE LAS BENDICIONES QUE PERTENECEN a la consumación del reino, pero que el Señor dijo que podemos gozarla desde ahora, es la vida eterna. La promesa de la vida eterna se realizará plenamente en el reino futuro y consumado de Dios. Los ciudadanos de ese reino nunca morirán. Su vida se medirá con la vida de Dios. La promesa de Cristo es clara: «Les aseguro —respondió Jesús— que todo el que por causa del reino de Dios haya dejado casa, esposa, hermanos, padres o hijos, recibirá mucho más en este tiempo; y en la edad venidera, la vida eterna» (Luc. 18: 29, 30). Una de las realidades más amargas que experimentan los seres humanos, es la muerte. Es a lo que más tememos. Significa separación y extinción. El apóstol dice que es un cruel enemigo del hombre (1 Cor. 15: 26). La vida eterna es la recompensa por excelencia de la era venidera. Se la compara con una corona de victoria que se da al vencedor: «Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman» (Sant. 1: 12).

Pero aunque será consumada en el futuro, la vida eterna, dijo Jesús, ya la posee el creyente aquí y ahora. En cierto sentido espiritual, esa vida se empieza a vivir en el presente. Dijo el Señor: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna» Qusn 3: 36). Tan segura es la promesa para el creyente, que se la expresa en el tiempo presente: «Ciertamente les aseguro que el que cree tiene vida eterna» (Juan 6: 47). «Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano» (Juan 10: 28). «El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida» (1 Juan 5: 12).

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Estimados Amigos lectores de reflexiones para Vivir, a continuación les compartimos esta hermosa meditación. El verso bíblico en el que se centra la meditación de hoy dice. "Todo lo que resista el fuego, deberá ser pasado por el fuego para purificarse" (Números 31: 23).

LA FUENTE DE BRONCE era símbolo de limpieza, exigida para los servicios del santuario. Apuntaba también a la limpieza espiritual que el Señor requería de todos los adoradores. La limpieza se conseguía en el santuario. Después de ofrecer su sacrificio, el pecador retornaba a su casa con una conciencia limpia y en paz con Dios.

Pero Dios quiere que no solo seamos limpios por dentro, sino también por fuera. Y viceversa. Quiere mente limpia en cuerpo limpio. Y cuerpo limpio en mente limpia. Por eso dio mandamientos concretos, para que los que habitaban en el campamento que rodeaba al santuario vivieran en un ambiente limpio. Como vivían en comunidad, era imperioso que para evitar enfermedades, que traen sufrimiento y dolor, los niños tuvieran un campamento ordenado y limpio. Tanto ayer como hoy nos persigue la mugre. En el mundo antiguo, y a veces en el moderno, la gente vivía rodeada de basura y excrementos; los animales vivían en las casas y tiendas; y las aguas frecuentemen te estaban contaminadas con animales muertos. En Oriente Medio, la gente se bañaba poco por la escasez de agua. Todo esto daba origen a enfermedades y, por lo tanto, al dolor y sufrimiento.

 Las plagas diezmaban y devastaban a los habitantes de ciudades y pueblos. Los israelitas habían vivido así en Egipto durante 215 años, y se habían acostumbrado a la idolatría y a la suciedad.

Dios sacó a su pueblo de la esclavitud egipcia para hacerlo un pueblo libre, pero no solo de la esclavitud, sino también de la miseria y la mugre. Los Diez Mandamientos iban a transformar la vida espiritual, la intimidad y las relaciones humanas de Israel. Las leyes complementarias transformarían su vida física y su ambiente natural. Dios quería que sus elegidos estuvieran exentos de enfermedades. Por lo tanto, les dio leyes y reglamentos que tenían el propósito último de que vivieran en un ambiente higiénico y saludable.

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Reflexionemos en una gran verdad que la Biblia nos dice hoy: "Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona". (Marcos 7:21-23).

LA LIMPIEZA REQUERIDA en el santuario llega a ser un símbolo de la limpieza de la vida íntima, que se puede lograr por la lectura, aceptación y aplicación de la Palabra de Dios. Pero el apóstol aplica este concepto de lavamiento a la acción del Espíritu: «Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo, el cual fue derramado abundantemente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador» (Tito 3: 5, 6). Este pasaje nos dice que la regeneración y la renovación del Espíritu Santo en la vida es un tipo de lavamiento espiritual. El Espíritu de Dios es el agente divino en la renovación y limpieza del corazón humano.

En realidad, el Espíritu es el que ha dado la Palabra de Dios e inspira al creyente a leerla, para que sus principios puedan producir una limpieza espiritual. El Espíritu primero limpia la vida interna, los pensamientos y las indicaciones del corazón. Quita los malos principios adquiridos o heredados, y establece los nuevos. Porque es el interior el que contamina lo exterior. Jesús lo dijo con claridad meridiana en nuestro pasaje de hoy. Quitar esos elementos malos de la mente y del corazón humano solo es posible mediante el poder de Dios. La ciencia moderna nos promete que la ingeniería genética podrá algún día manipular los genes humanos para eliminar todo lo malo que haya en ellos, a fin de producir personas buenas. Sin embargo, solo Dios limpia el  corazón cada día. Permitamos hoy que el Espíritu Santo realice su obra en nuestra vida.

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Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu (Hebreos 4: 12).

LA FUENTE DE BRONCE a la entrada del santuario indicaba cuan importante para Dios era la limpieza. También hoy Dios desea que sus hijos sean limpios y vivan de manera higiénica. La limpieza física era un símbolo de la limpieza espiritual que Dios demanda de sus adoradores.

Por lo tanto, la limpieza física no era el único motivo de la existencia de la fuente de bronce. Debe haber tenido un profundo significado espiritual tanto para los sacerdotes como para el pueblo en general. El término «fuente» que se usa en el Antiguo Testamento es usado dos veces en el Nuevo Testamento. El apóstol Pablo nos dice lo siguiente, hablando de la relación de Cristo con su iglesia: «Él la purificó, lavándola con agua mediante la palabra, para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable» (Efe. 5: 26, 27). Esta es una alusión a las costumbres nupciales del Oriente antiguo. Se bañaba y arreglaba cuidadosamente a la novia antes de que fuera presentada a su novio. En este pasaje, Cristo es quien purifica a la iglesia con el lavamiento del agua por la Palabra salvadora.

La Palabra de Dios limpia la vida de las personas. Jesús lo dijo en otros términos: «Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad» (Juan 17: 17). La Palabra de Dios tiene poder para transformar la vida de las personas. El cuerpo físico se limpia con agua, pero lo que la Biblia llama corazón, o sea, la mente, se limpia con la Palabra de Dios. Se nos dice que «La Palabra del Señor es vida y es poderosa, más aguda que cualquier espada de dos filos. Es poder cuando se la practica. La gran transformación que obra es interna. Comienza en el corazón y actúa hacia afuera» (Alza tus ojos, p. 28).

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El texto principal de esta meditación nos dice: "Cada mañana, cuando Aarón prepare las lámparas, quemará incienso aromático sobre el altar, y también al caer la tarde, cuando las encienda" (Éxodo-30: 7, 8).

EL OFRECIMIENTO DEL INCIENSO era uno de los deberes sagrados de los sacerdotes. Siglos después, cuando aumentó la cantidad de sacerdotes, ofrecer el incienso era motivo de honra. Era un deber exclusivo de los descendientes de Aarón. Ni los levitas estaban autorizados para conducir esta ceremonia.

 Uzías, uno de los reyes más importantes y famosos de Judá, se arrogó este derecho, y fue castigado por el Señor: «Esto enfureció a Uzías, quien tenía en la mano un incensario listo para ofrecer el incienso. Pero en ese mismo instante, allí en el templo del Señor, junto al altar del incienso y delante de los sacerdotes, la frente se le cubrió de lepra. Al ver que Uzías estaba leproso, el sumo sacerdote Azarías y los demás sacerdotes lo expulsaron de allí a toda prisa. Es más, él mismo se apresuró a salir, pues el Señor lo había castigado. El rey Uzías se quedó leproso hasta el día de su muerte» (2 Crón. 26: 19-21).

En el Nuevo Testamento se registra el caso de Zacarías, padre de Juan el Bautista, a quien le tocó en suerte ofrecer el incienso cuando el ángel del Señor le anunció que tendría un hijo, a quien llamaría Juan. En tiempos del Nuevo Testamento no era común que un sacerdote se encargara del incienso. Podía suceder solo una vez en la vida, ya que había 24 órdenes sacerdotales. El sacerdote que ofrecía el incienso era ayudado por otros dos compañeros, quienes limpiaban el altar y colocaban nuevos carbones encendidos. Luego, el sacerdote a cargo ofrecía el incienso y oraba por la venida del Mesías. El humo subía y era visto desde el atrio exterior, donde el pueblo inclinado acompa ñaba en oración al sacerdote oficiante. Cuando este salía del lugar santo des pués de ofrecer el incienso, debía levantar las manos y pronunciar una bendición sobre la multitud que lo esperaba.
Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.

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El Señor no quiere que su pueblo sea exclusivista. Los mensajeros delegados de Cristo han de proclamar el evangelio de su gracia a todas las naciones, las lenguas y los pueblos. Debemos dar a conocer el hecho de que el gran Abogado está dando audiencia a todo el mundo. La iglesia judía fue llamada como representante de Dios ante un mundo apóstata, y a fin de cumplir esta misión el pueblo judío debía mantener su propia existencia como nación distinta de todos los pueblos idólatras de la tierra. Habían de mantenerse en el mundo conservando su carácter peculiar y santo. Habían de mantener su propia espiritualidad realizando lo que Adán y Eva dejaron de hacer : rendir obediencia a todos los mandamientos de Dios, y en su carácter representar la misericordia, la bondad, la compasión y el amor de Dios. De este modo habían de estar por encima de todas las otras naciones en excelencia de carácter; para que por medio de un pueblo puro y obediente el Señor pudiera manifestar sus ricas bendiciones. De esta manera se exaltarían en todo el mundo los principios de las leyes que gobiernan su reino (Hijos e hijas de Dios, p. 46).

De esta cita inspirada por Dios, podemos sacar como enseñanza que para alcanzar la excelencia de carácter , es necesario mantener nuestra propia espiritualidad siguiendo los consejos de Dios porque sus mandamientos son normas para nuestra felicidad, y prueba de esa excelencia será la compasión , bondad y amor de Dios que se manifieste en nuestra vida hacia todas las personas. Pidamos a Dios para que, lo que no logro plenamente el pueblo judío , nosotros lo podamos hacer con su poder obrando en nuestras vidas.

John Carlos Sotil Lujan
Director del web Blog
Reflexiones para vivir
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No debemos inquietamos por lo que Cristo y Dios piensan de nosotros, sino que debe interesamos lo que Dios piensa de Cristo, nuestro Sustituto. Somos aceptos en el Amado. Dios muestra a la persona arrepentida  y creyente, que Cristo acepta la entrega del alma para moldearla según su propia semejanza (Mensajes selectos, tomo 2, pp. 36, 37).

He aquí una obra que el hombre puede hacer. Debe mirarse en el espejo, la santa ley de Dios, descubrir los defectos de su carácter moral y abandonar sus pecados, lavando la vestidura de su carácter en la sangre del Cordero. La envidia, el orgullo, la malicia, el engaño, la contienda y el crimen serán limpiados del corazón que recibe el amor de Cristo y que alberga la esperanza de ser transformado a su semejanza cuando lo vea tal como él es.

La religión de Cristo refina y dignifica a su poseedor, no importa qué relaciones haya tenido en la vida y por qué circunstancias haya pasado. Los hombres que llegan a ser cristianos poseedores de gran luz se levantan por encima del nivel de sus caracteres antiguos hasta alcanzar una mayor fortaleza mental y moral. Los que han caído en el pecado y el crimen y han sido degradados por ellos, gracias a los méritos del Salvador pueden ser exaltados a una posición muy poco menor que la de los ángeles.

Pero la influencia de un evangelio de esperanza no inducirá al pecador a aguardar la salvación de Cristo como algo de pura gracia, mientras continúa viviendo en la transgresión de la ley de Dios. Cuando la luz de la verdad resplandece en su mente y comprende en forma plena los requerimientos de Dios y vislumbra la amplitud de su transgresión, reformará sus caminos, llegará a ser leal a Dios por medio de la fortaleza ob-tenida de su Salvador y vivirá una vida nueva y más pura (La maravillosa gracia de Dios, p. 232).
Artículos tomados de los libros de la Escritora Cristiana Elena white.

El verso bíblico de esta reflexion nos dice: Si le creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque de mí escribió él (Juan 5: 46).

CUANDO PABLO DIJO QUE LA LEY nos conduce a Cristo (Rom. 10: 4), y que fue nuestro guía para llevarnos a él (Gal. 3: 24), debemos entender que hablaba teológicamente. Es decir, que como la ley señala y define el pecado, nos condena a todos como pecadores, y consecuentemente corremos a refugiarnos en la gracia de Cristo.

Pero cuando Cristo se apareció a los caminantes de Emaús y a sus discípulos, les dijo que la ley y los profetas hablaban de su muerte y resurrección (Luc. 24: 26, 27, 44, 45). Sabemos lo que dicen los profetas, especialmente Isaías 53, que describe al siervo sufriente de Jehová. Los escritos de Moisés, sin embargo, no presentan la muerte del Mesías con esa claridad. Por lo tanto, uno se pregunta: ¿A qué parte de la ley de Moisés se debe haber referido Jesús como preanuncio de su pasión y muerte?

La única posibilidad que nos queda, después de haber visto algunos pasajes que fueron entendidos en forma mesiánica en los escritos de Moisés, es que Jesús haya hecho alusión al sistema de sacrificios, cuyo inicio y desarrollo ulterior se relatan en los escritos del Pentateuco, es decir, la ley. Desde el primer sacrificio de animales relatado en el Génesis, que fue la primera víctima que Dios mismo debe haber sacrificado, cuando cambió las hojas con que nuestros primeros padres habían cubierto su desnudez por pieles de animales, hasta los sacrificios elaborados y el ritual del santuario del desierto y el templo, es evidente que Dios educaba a la gente en los principios del evangelio, hasta que viniera el Mesías en cumplimiento de ellos.

Me parece que, especialmente, las ceremonias del santuario hebreo deben haber provisto un material simbólico para entender la misión y muerte del Mesías por medio de la ley de Moisés. De hecho, para los hebreos, los servicios del santuario tenían la posibilidad de ser entendidos como una revelación sencilla del plan de salvación. Por lo tanto, era posible hallar a Cristo en los servicios del santuario.


Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.

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En otro tiempo yo tenía vida aparte de la ley; pero cuando vino el mandamiento, cobró vida el pecado y yo morí (Romanos 7: 9).

EN LA BIBLIA HAY VARIOS EJEMPLOS de personajes que sucumbieron ante el pecado de la codicia. Transgredieron el décimo mandamiento y cosecharon las consecuencias funestas de albergar un mal deseo y un pensamiento descontrolado.

El apóstol Pablo tenía un gran dilema en su experiencia personal. Notemos sus palabras: «¿Qué concluiremos? ¿Que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sin embargo, si no fuera por la ley, no me habría dado cuenta de lo que es el pecado. Por ejemplo, nunca habría sabido yo lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: "No codicies"» (Rom. 7: 7). El apóstol tenía problemas con este mandamiento.

 Aparentemente, no con los otros mandamientos, pero con el que señalaba la codicia sí. Es que los otros mandamientos regían las acciones, pero este controlaba el pensamiento. Como buen fariseo, había creído que el pecado es una acción; que si controlaba sus acciones estaba en paz con Dios. Pero al conocer a Cristo y meditar en este mandamiento, descubrió que la verdadera obediencia no es una conformidad externa con la letra de la ley, sino que tiene que ver con la mente, el corazón y el espíritu. Por eso afirma que los principios de la ley gobiernan la vida entera de una persona, incluyendo sus acciones y sus deseos. Pablo se dio cuenta de que el décimo mandamiento era el que más lo condenaba y el que más hacía que se arrojara a la gracia y a la misericordia de Dios.

En esencia, el décimo mandamiento nos dice que no debemos codiciar, porque la codicia es la raíz de toda mala acción. Nos dice: «Acuérdate que las malas acciones proceden de malos pensamientos». Esta ley, de la que el décimo mandamiento es una pequeña parte, es la representación objetiva de los grandes principios que gobiernan el universo de Dios. Son, a su vez, un reflejo de su carácter, que debemos reflejar como seres que fuimos creados a la imagen de Dios .

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Esta reflexión se centra en el siguiente texto bíblico: "No he codiciado ni la plata ni el oro ni la ropa de nadie" (Hechos 20: 33).

EL PRIMER CASO DE CODICIA EN ESTE MUNDO se remonta al origen de la raza humana. El libro de Génesis nos dice qué le sucedió a nuestra madre Eva: «La mujer vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenia buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió» (Gen. 3: 6). Dios había dado instrucciones claras a nuestros primeros padres con respecto al fruto del árbol prohibido. Era una prueba de fidelidad que demostraría al universo que ellos estaban dispuestos a creer y confiar en Dios. Pero el enemigo tentó a Eva con la codicia. Le dijo que si ella y su esposo comían de ese árbol, llegarían a ser como Dios, que lo sabe todo. Era una tentación fuerte, ya que eran estudiantes que aprendían cada día sobre el universo y de la naturaleza. Dios y los ángeles eran los maestros que los instruían. La serpiente sugirió a Eva que tendría acceso a una fuente inagotable de conocimiento, como Dios la tiene. «Esa mentira estaba de tal modo escondida bajo una apariencia de verdad, que Eva, infatuada, halagada y hechizada, no descubrió el engaño. Codició lo que Dios había prohibido; desconfió de su sabiduría. Echó a un lado la fe, la llave del conocimiento» (La educación, p. 21). La ruina de la humanidad tuvo su origen en la codicia.

Así sucedió también, siglos después, cuando la iglesia cristiana estaba en su infancia, con Ananías y Safira. Aceptaron el evangelio y se unieron a la iglesia de Jerusalén. Prometieron dar los recursos que obtendrían de la venta de una propiedad para aliviar la necesidad urgente por la que pasaban muchos miembros de la iglesia. Pero su codicia los destruyó: «Primero albergaron la codicia, luego, avergonzados de que sus hermanos supiesen que su alma egoísta lloraba lo que habían dedicado y prometido solemnemente a Dios, practicaron el engaño. [...] Cuando se los convenció de su mentira, su castigo fue la muerte instantánea» (Joyas de los testimonios, t. 1, pp. 542, 543).

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Esta meditación , se basa en el siguiente texto bíblico: "Les di leche porque no podían asimilar alimento solido , ni pueden todavía" ( 1 Corintios 3:2)


Este asunto de ocultar la verdad con fines de engaño, que es una violación del noveno mandamiento, esta relacionado con el asunto de no decir toda la verdad. ¿ Se considera violación del mandamiento no decir toda la verdad en toda circunstancia ?. Evidentemente No. La obligación moral de decir la verdad no necesariamente implica que se debe decir toda la verdad en todo momento. Nuestro Señor Jesús dijo en una ocasión: "Muchas cosas me quedan aún por decirles, que por ahora no podrían soportar" ( San Juan 16:12). En la situación en que se encontraban sus discípulos, no era prudente que  Jesús les dijera toda la verdad. Por amor a ellos  retuvo cierta información posteriormente el Espíritu les revelaría toda la verdad.

Es interesante que Jesús nunca se refiriera asimismo, en público como el Mesías o el hijo de David, que era otra manera de decir lo mismo.Tampoco se presento como Rey de Israel, aunque era ambas cosas. Pero puesto que esos términos  se hallaban tan saturados de nacionalismo y política, los eludió en forma consciente y premeditada. Era una gran verdad pero sus coterráneos la habrían entendido mal. Solo a pocas personas se las dijo en Privado. No siempre se puede decir toda la verdad sin causar dolor y rechazo. Pero no debe confundirse con la negación de la verdad.

A los médicos y enfermeros se les dio una vez este consejo: " Tampoco se les puede decir siempre toda la verdad  a aquellos cuyas dolencias son en buena parte imaginarias. (...). Si a estos pacientes se les dijera la verdad respecto de si mismos, algunos se darían por ofendidos y otros se desalientarían. Cristo Dijo a sus discípulos. "Aún tengo muchas cosas que deciros, mas ahora  no las podéis llevar"( Juan 16:12). Peros si bien la verdad no puede decirse en toda ocasión, nunca es necesario ni licito engañar. Nunca debe el medico ni el enfermero rebajarse  al punto de mentir.(El Ministerio de Curación, p.189)


Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Meditemos en esto: «Ustedes —la nación entera— están bajo gran maldición, pues es a mí a quien están robando» (Malaquías 3: 9).

TAL VEZ LA MÁS TRISTE VIOLACIÓN del octavo mandamiento se da cuando nos robamos a nosotros mismos. ¿Cómo puede ser esto? Cuando nos ausentamos sin razón de las reuniones y los cultos. Notemos estas palabras: «También nos estamos robando a nosotros mismos, pues necesitamos el calor y la luz del compañerismo, tanto como la fortaleza que se pueden ganar de la sabiduría y la experiencia de otros cristianos» (Conducción del niño, p. 502).

Pero la transgresión más lamentable de todas de este mandamiento es cuando robamos a Dios. Ya de por sí todo fraude contra el prójimo es un atentado contra Dios: «Si alguien comete una falta y peca contra el Señor al defraudar a su prójimo en algo que se dejó a su cuidado, o si roba u oprime a su prójimo despojándolo de lo que es suyo» (Lev. 6: 2). Todo fraude contra el prójimo es también un fraude contra Dios. Pero adquiere un dramatismo más intenso cuando el fraude se hace directamente contra el Señor. ¿Cómo se puede robarle directamente? Malaquías responde: «¿Acaso roba el hombre a Dios? ¡Ustedes me están robando! Y todavía preguntan: "¿En qué te robamos?" En los diezmos y en las ofrendas» (Mal. 3: 8). 

La razón de este reclamo es que, desde el punto de vista bíblico, Dios es el dueño de todo; y nos da las fuerzas para trabajar y ganar dinero. Por ende, nos dice que el diez por ciento de lo que ganamos le pertenece. Notemos que eso lo estableció Dios, no el hombre: «El diezmo de todo producto del campo, ya sea grano de los sembrados o fruto de los árboles, pertenece al Señor, pues le está consagrado» (Lev. 27: 30). «Cada año, sin falta, apartarás la décima parte de todo lo que produzcan tus campos» (Deut. 14: 22). El diezmo nos recuerda que somos mayordomos de Dios.

Meditemos: «Es peligroso retener como propia la parte que le pertenece a Dios» (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 71).

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Yo, el Señor, amo la justicia, pero odio el robo y la iniquidad (Isaías 61: 8)

EL DERECHO Y RESPETO a la propiedad ajena, que es el principio que subyace en este mandamiento, abarca muchas facetas de la vida diaria. La lista continúa:
«Los empleadores roban cuando retienen de sus empleados los beneficios que les prometieron, permiten que se atrase el pago de sus salarios, obligan a sus empleados a trabajar fuera de horario sin la debida remuneración, los privan de cualquier otra consideración que razonablemente tienen derecho a esperar» (Comentario bíblico adventista, t. 1, p. 618).

«Roban quienes ocultan mercancías de un inspector de aduana o las desfiguran en cualquier forma, o los que falsean sus declaraciones de impuestos, o quienes defraudan a los mercaderes incurriendo en deudas que nunca pueden ser cubiertas, o los que en vista de una bancarrota inminente transfieren sus propiedades a un amigo, con el entendimiento de que más tarde le serán devueltas» (ibíd.)

Aun hay otras formas más sutiles de robar a los demás: «Quitándoles su fe en Dios mediante la duda y la crítica; mediante el efecto destructor de un mal ejemplo, cuando ellos esperaban de nosotros una conducta muy diferente; confundiéndolos o dejándolos perplejos mediante declaraciones que no están preparados para entender; con chismes calumniosos y perniciosos que pueden despojarlos de su buen nombre y carácter» (ibíd.)

También es robar cuando se «retiene de otro lo que en justicia le pertenece, o se apodera de lo ajeno para su propio uso». Cuando se aceptan «como propios el reconocimiento por el trabajo o las ideas de otros»; cuando se «usa lo ajeno sin permiso», o se aprovechan «de otro en cualquier forma» (ibíd) Se infringe este mandamiento cuando violamos los derechos legítimos de autoría al copiar libros, discos compactos, programas de computadora, o películas para evadir el pago de un precio justo. Cuando obtenemos una calificación que no merecemos y la conseguimos copiando al compañero de al lado, o copiando las tareas o la investigación de alguien en lugar de hacerlas nosotros.

Meditemos en esto: «Jugar con los corazones es un crimen no pequeño a la vista de un Dios santo» (El hogar cristiano, p. 48).
Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Esta reflexión se basa en el verso bíblico que dice: "No te aproveches del empleado pobre y necesitado, sea este un compatriota israelita o un extranjero" 
(Deuteronomio 24: 14).

EL OCTAVO MANDAMIENTO TIENE QUE VER con cualquier cosa que afecte la propiedad o los derechos de los demás. Contiene un principio que tiene la posibilidad de aplicarse a incontables situaciones de la vida diaria. A continuación están algunas de las más obvias:

Podemos robar a nuestro prójimo cuando dañamos su propiedad o su persona: «El octavo mandamiento condena el robo de hombres y el tráfico de esclavos, y prohibe las guerras de conquista. Condena el hurto y el robo. Exige estricta integridad en los más mínimos pormenores de los asuntos de la vida. Prohibe la excesiva ganancia en el comercio, y requiere el pago de las deudas y de salarios justos. Implica que toda tentativa de sacar provecho de la ignorancia, debilidad, o desgracia de los demás, se anota como un fraude en los registros del cielo» {Patriarcas y projetas, p.317).

Prohibe la excesiva ganancia en el comercio y el cobro excesivo de cuotas y honorarios. Requiere el pago de las deudas. Ordena el pago de salarios justos. Prohibe toda clase de deshonestidad, injusticia o fraude, no importa cuánto se pueda racionalizar. «Cualquiera que retiene de otro lo que en justicia le pertenece, o se apodera de lo ajeno para su propio uso, está robando. El aceptar como propios el reconocimiento por el trabajo o las ideas de otros; el usar lo ajeno sin permiso, o el aprovecharse de otro en cualquier forma, todo eso también es robar» {Comentario bíblico adventista, t. 1, p. 618). «Especialmente en estos días, cuando cada vez aparece más borroso el concepto claro de la moralidad, es bueno recordar que la adulteración, el ocultamiento de defectos, la presentación tramposa de la calidad, el empleo de pesas y medidas falsas son todos actos de robo, tanto como los de un ladrón o ratero» (íbíd.)

«Los empleados roban cuando reciben una "comisión" a espaldas de sus superiores, se apropian de lo que no entra explícitamente en un convenio, descuidan hacer cualquier trabajo para el que se los ha contratado, o lo realizan descuidadamente, dañan con su negligencia los bienes del propietario o los menoscaban, derrochándolos» (ibíd.)

Reflexionemos en estas palabras: «Implica que toda tentativa de sacar provecho de la ignorancia, la debilidad, o desgracia de los demás, se anota como un fraude en los registros del cielo» (Patriarcas y profetas, p. 317).


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Esta reflexión se centra en el octavo mandamiento, el cual dice: No robes 
(Éxodo 20: 15).

ESTE MANDAMIENTO SALVAGUARDA el derecho a la propiedad. Para que exista la sociedad, se debe salvaguardar este principio; de lo contrario, no hay seguridad ni protección. Todo sería anarquía Este mandamiento protege ese derecho, y condena el hurto en todas sus formas.
En la ley levítica, la violación de este mandamiento requería que se resarciera el daño y se pagara una multa: «Será culpable y deberá devolver lo que haya robado, o quitado, o lo que se le haya dado a guardar, o el objeto perdido que niega tener, o cualquier otra cosa por la que haya cometido perjurio. Así que deberá restituirlo íntegramente y añadir la quinta parte de su valor» (Lev. 6: 4, 5). En la antigüedad, el robo más común tenía que ver con animales: «Si alguien roba un toro o una oveja, y lo mata o lo vende, deberá devolver cinco cabezas de ganado por el toro, y cuatro ovejas por la oveja» (Éxo. 22: 1). Cualquier daño a las propiedades de las personas debía corregirse y hacer restitución. La intención divina era que hubiese orden y respeto a la propiedad ajena.

Pero este mandamiento tenía también una aplicación más amplia: «No ex plotes a tu prójimo, ni lo despojes de nada» (Lev. 19: 13). Prohibía la explotación de las personas por otros. Una forma común de explotación en aquellos días era retener el salario de los trabajadores hasta el día siguiente, o no pagar los salarios justos. Esto significa que este mandamiento tiene una interpretación más amplia.

La ley mosaica también estipulaba que retener algo perdido que se había encontrado es un tipo de robo: «El objeto perdido que niega tener», debía ser devuelto (Lev. 6: 4). Muchas cosas se pierden en nuestra vida cotidiana, y luego son halladas por otras personas que nunca las regresan. Hace unos años, la revista Selecciones patrocinó un estudio que consistía en dejar carteras con dinero en diversas ciudades del mundo, que incluía una dirección y teléfono, para determinar la honradez de las personas. Los hispanos salimos muy mal en esa encuesta. Los japoneses devolvieron la mayoría de las carteras.

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La reflexión de hoy se centra en el Siguiente texto bíblico: 
" Por úttimo, hermanos, consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio" (Filipenses 4: 8).

COMO LEY ESPIRITUAL, EL SÉPTIMO MANDAMIENTO no solo condena la acción pecaminosa, sino también los malos deseos y los pensamientos corruptos. Nuestro Señor lo expresó de esta manera: «Ustedes han oído que se dijo: "No cometas adulterio". Pero yo les digo que cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te hace pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él sea arrojado al infierno» (Mat. 5: 27-29). En este pasaje, Jesús condena el deseo mórbido. Todo acto pecaminoso comienza en la mente. La tentación se engendra en un pensamiento, por eso no debemos acariciar malos pensamientos. Martín Lutero decía: «No podemos impedir que las aves vuelen sobre nuestra cabeza, pero sí podemos impedir que aniden en nuestros cabellos».
El ojo no tiene la culpa, el problema está en la mente. Esta debe ponerse bajo el control de la fe. El ojo es una de las avenidas de nuestra mente, y debemos evitar que por ella entre información que nos dañe espiritualmente. Con la ayuda de Dios podemos cerrar la revista o el libro pornográfico, apagar la televisión o cambiar el canal que sugiere el mal. Podemos cerrar los ojos a escenas corruptoras

Meditemos: «El que se niega a ver, escuchar, gustar, oler o tocar lo que incita al pecado, ha ganado buena parte de la batalla para evitar los pensamientos pecaminosos. El que inmediatamente desecha los malos pensamientos, cuando fugazmente pasan como un relámpago en su conciencia, evita así la formación de una manera de pensar que se hace hábito y que condiciona la mente para que peque cuando se presente la oportunidad» (Comentario bíblico ad ventista, t. 5, p. 327)

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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