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Quién eres tú, que juzgas a tu hermano?
Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez.
Santiago 4:11


El apóstol Pablo menciona otra razón por la cual es peligroso juzgar a los demás: «En lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo» (Rom. 2:1). Una razón básica para no juzgar a los demás es porque somos tan pecadores, tan malos y tan dignos de condenación como ellos. Es como si juzgar a otros fuera dos veces malo. En primer lugar, porque juzgar a otros es tomar atribuciones divinas. En segundo, porque hacemos exactamente lo mismo nosotros. Y esto es literalmente así. Hay una ley de la psicología que menciona el Dr. Arthur R. Bietz en una serie de artículos titulada Abordemos la vida de forma integral. Esa ley dice que solo notamos en los demás las faltas que nosotros mismos tenemos. Los que nos parecen intachables cometen otras faltas, tienen otros vicios y son culpables de otros pecados diferentes de los nuestros. Los que nos parecen odiosos por sus defectos lo son, sencillamente, porque tienen los mismos defectos que nosotros. Si no fuera así, no habríamos notado sus faltas.

¡Cuánta razón tiene el apóstol! ¿Quién eres tú, que juzgas a tu hermano? La respuesta tácita del apóstol es: Eres un delincuente. Eres un blasfemo, porque tomas atribuciones que solo Dios puede ejercer. Y luego se agrava el asunto porque el que juzga a su hermano, juzga a la ley de Dios, lo cual es una falta muy grave. «El que juzga parece decir que la ley no se aplica a él. Virtualmente dice que no hay ley que proteja al hermano perjudicado, ni ley que condene su espíritu de crítica». Serio, ¿verdad?
El cristiano humilde sabe perfectamente cuan limitados son su juicio, su conocimiento, su capacidad y su visión. Solo puede ver un aspecto mínimo de las razones, motivos, y actos de su hermano. No puede tener todo el conocimiento que se debe tener para pronunciar un juicio justo, porque eso solo Dios puede tenerlo. Por eso, el cristiano es humilde y nunca juzgará a nadie.
Solo el amor puede tratar a los demás justamente. Porque nunca juzga, nunca pronuncia juicio, nunca condena. Sobre todo, porque el amor «cubre multitud de pecados» (Sant. 5:20).
Demostremos siempre el amor que perdona y olvida, no importa cuál sea la evidencia que veamos de los errores de otros. El que ama siempre acierta. El que no ama siempre se equivoca.

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